Fuente: “Perfecciono mi yoga” de André Van Lysebeth
André Van Lysebeth |
Perfeccionar su yoga no significa, de ningún modo, complicarlo o acrobatizarlo (si se me permite este neologismo). Perfeccionar su yoga es hacerlo mas verdadero, mas eficaz. Perfeccionar un asana es ejecutarla de manera que responda a la definición de Alain Daniélou – la mejor que conozco - : “permanecer inmóvil, largo tiempo, sin esfuerzo, en un asana”.
Detallemos cada uno de estos tres imperativos.
El primero concierne a la inmovilidad, es decir, antes que nada, la inmovilidad del cuerpo.
Es esencial que esta inmovilidad sea absoluta, que quede excluido todo movimiento por mínimo que sea, porque solo una inmovilidad absoluta permite abandonarse al asana, dejarla actuar sobre el cuerpo, en el cuerpo. No hay que “hacer” asanas, sino “dejarse hacer”. Nuestra actitud debe cambiar de activa, no a pasiva, sino a receptiva.
Por consiguiente, hay que prohibir formalmente todas las tracciones efectuadas con la finalidad de intensificar la flexión bien sea hacia delante, bien hacia atrás.
La inmovilidad se recomienda incluso desde el punto de vista de la relajación: los músculos se alargan mucho mejor y, a fin de cuentas, mucho mas rápidamente, si se permanece inmóvil que si procede a tirones.
“Se a alcanzado la meta – dice Yoga Darshana – cuando las reacciones físicas del cuerpo son eliminadas y el espíritu se disuelve en el infinito.”
Pero el hatha yogui no se contenta con la inmovilidad física absoluta. En las asanas esta inmovilidad debe extenderse obligatoriamente a la mente.
Una sesión de yoga es un diálogo silencioso con el propio cuerpo y, para entablarlo, no basta con reprimir todo gesto del cuerpo y dejar que lentamente se evada a su gusto. La inmovilidad física no adquiere todo su sentido sino en la medida en que acompaña y facilita la inmovilidad mental. Esta inmovilidad de la mente, este cese voluntario de la actividad mental es mucho más difícil de conseguir y conservar que la del cuerpo. Entre las diversas técnicas utilizadas en yoga para acceder a ella, la más eficaz y al mismo tiempo la mas sencilla, consiste en dejar que la actividad mental conciente se absorba en la observación y el control de la respiración.
El segundo imperativo se refiere a la duración de la inmovilidad: un asana no puede considerarse perfecto si el alumno no es capaz de mantenerlo largo tiempo. Incluso a veces esta prescripción es la única directiva que da el gurú a su alumno: “mantenga la posición el mayor tiempo posible”, porque la eficacia de las asanas aumenta en proporción a su duración.
Los antiguos tratados citan tiempo de inmovilidad no solo de varios minutos sino de varias horas. No hay que decir que es inaplicable en occidente. En cualquier caso, el perfeccionamiento de las asanas implica un trabajo destinado a aumentar el tiempo de mantenimiento de cada postura. Habría que inhibir todos los movimientos corporales hasta que ya no se manifiesten, hasta que el cuerpo no experimente ya el deseo de moverse.
Si no se dispone de tiempo, es preferible disminuir el número de asanas en lugar de acelerar su ejecución, lo que el hombre occidental estaría a menudo tentado de hacer. Es mejor efectuar solo tres asanas respetando las reglas, que seis en el mismo tiempo. Para perfeccionar sus asanas, pues, hay que ejercitarse en primer lugar en mantenerlas inmóviles el mayor tiempo posible.
Finalmente, el último criterio de perfección para un asana lo constituye la ausencia de esfuerzo. Mantenerse largo tiempo, sí, inmóvil, también, pero sobre todo sin esfuerzo. Mientras sea necesario un esfuerzo para realizar y mantener un asana, significará que no se domina.
Esta ausencia de esfuerzo, que también debe ser a la vez física y mental, está ligada a la relajación durante la postura. Una vez instalado en la fase estática de la postura, el practicante debe estar atento en relajar todos los músculos de los que tome conciencia y dejar que se estiren de forma pasiva los implicados mas particularmente en el asana.
De este modo, sin añadir ni una sola postura a su serie, cualquier alumno puede perfeccionar sus asanas progresando en estos tres dominios. Observe que estos criterios de perfección son accesibles a todos los alumnos, sea cual sea su edad, su grado de flexibilidad, su entrenamiento. Así, por ejemplo, para que alazana (el arado) sea correcta, no es absolutamente indispensable que los dedos de los pies toquen el suelo por detrás de la cabeza, al menos al principio. Mientras no posea la flexibilidad necesaria, el alumno no hará esfuerzos por alcanzar el suelo a cualquier precio. Se contentará con la posición en la que sea capaz de mantenerse inmóvil, largo tiempo, sin esfuerzo. Con gran sorpresa constatará que sus pies llegaran a tocar el suelo sin esfuerzo en el momento menos esperado. Cuando el alumno se encuentra inmóvil largo tiempo, sin esfuerzo, y su mente esta concentrada en la respiración, se manifiesta una euforia particular. Esta euforia indica que se ha conseguido ese estado de fusión total en el que se ha eliminado el elemento perturbador que constituye una actividad física, intelectual y emocional desordenada. Esta feliz armonización engloba a la vez el psiquismo y el soma (cuerpo) y es la clave de una salud perfecta y la base de una serenidad profunda. De este modo adquiere el hatha yoga su verdadera dimensión.
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