6 jul 2013

Embriología: de células a tubos

Entender el proceso de formación del cuerpo humano, comprender su perfecta naturaleza organizativa, su compleja y a la vez sencilla estructura, nos puede ayudar en el camino hacia el conocimiento de nosotros mismos. En mi práctica diaria de yoga siempre he aplicado estas lecturas, tratando de percibir dicha naturaleza interior. La sensopercepción es una de las claves principales en la autorrealización, nos puede dar un conocimiento infinito de nuestro cuerpo y nuestra fisiología. Por otra parte está comprobado que el cuerpo humano está asociado intrínsecamente a la mente y las ondas cerebrales, y por ende a las emociones; siguiendo ciertos patrones de comportamiento y reacción ante determinados estímulos. Conocer estos es de vital importancia al momento de modificar nuestra conducta habitual y mejorarla en pos de la evolución en el camino yóguico.

Ésta nota la tome del libro "Anatomía emocional" de Stanley Keleman

Creación

La existencia es un atributo a cómo la vida organiza las formas vivientes. Ser un individuo es seguir los impulsos de la propia forma y aprender sus reglas específicas de organización.

Este principio de organización, el imperativo de la forma, es el lenguaje del universo, de la sociedad y de nosotros mismos. La vida en cada nivel es un proceso, una concatenación de acontecimientos vividos por separado que se especializan en formas específicas de existencia con un tema subyacente. El universo es un proceso, un acontecimiento existencial gigantesco y organizado que contiene una micro-organización. La sociedad también es un proceso, una forma que contiene subpartes vivientes. Y cada uno de nosotros es un proceso, un todo compuesto de acontecimientos vivos con un fuerte deseo de organizarse.

Este fuerte impulso hacia la organización y la forma es lo que trataremos. La manera en que este impulso o principio se expresa en los seres humanos se describe tanto en las imágenes con en el texto. El punto de partida es la observación de que la forma humana en su conjunto, está constituida por acontecimientos vivos de la misma manera que el Universo está compuesto de subsistemas vivos. El proceso de creación se explora desde su micro a su macrodesarrollo, desde el desmenuzamiento de un acontecimiento pequeño, hasta su organización en capas de existencia cada vez más amplias y complejas. Desde este punto de vista, dos hechos aparecen como fundamentales: que la vida es un suceso completo y no una serie de subsistemas, y que toda la vida está interconectada, brotando de una matriz única.

La existencia y la organización proceden de fuera a dentro, de lo grande a lo pequeño. Los acontecimientos pueden organizarse de fuera a dentro tanto como de dentro a fuera, de lo pequeño a lo grande, de acontecimientos generales a particulares o viceversa. La forma tiene un tipo de organización y esta relación entre forma y función es el tema que trataremos.

Cada vida es un proceso. Este proceso es universal. Es la naturaleza de la existencia en nuestro planeta. Tiene, si no un orden predeterminado, sí una metodología y una capacidad de predicción estable así como una fiabilidad reconocible en la vida de las especies, en la vida de un animal específico, en la vida de una sociedad o en la biosfera. La existencia de cada persona como un organismo en el interior de un cuerpo planetario se compone de una serie de acontecimientos vitales conectados para crear una forma muy compleja. En otras palabras, cada uno de nosotros es una sucesión de acontecimientos vitales, una red organizada, un microambiente formando un macroorganismo. Desde este punto de vista, el cuerpo es un proceso vivo, organizador, que siente y reflexiona sobre su propia progresión y forma.

Los humanos se organizan alrededor de una serie de espacios. Estos espacios permiten a los líquidos pasar a través de ellos. En una antigua película sobre el protoplasma, realizada por el Dr. William Siefrita, se llama la atención sobre el hecho de que el citoplasma y el protoplasma organizan un espacio por compresión de los límites externos y por la expansión de las capas internas: todo lo que se mueve crea una tensión superficial que genera un paso para él mismo y desde él mismo. Gracias a la movilidad de los fluídos corporales se originan los límites, que son precisamente los propios canales y tubos del cuerpo.

El hombre es un organismo que se autorregula. Se compone de una serie de espacios organizados que desarrollan una estructura para que los nutrientes y las sustancias se desplacen a través de ellos. Esta estructura de tubos interconectados transporta vapores y gases. Nosotros procesamos estos líquidos y gases para obtener combustible que alimente nuestro metabolismo. Los líquidos nos atraviesan, los nutrientes se guardan y los productos peligrosos o inútiles se expulsan.

Nos bañamos en un mar de líquidos para intercambiar sustancias nutritivas y devolver al exterior lo transformado.

Asimismo, captamos nutrición emocional del mundo que nos rodea, la utilizamos para alimentarnos e intercambiamos con los demás lo que hemos formado. También intercambiamos células embrionarias y experiencia, además de dióxido de carbono y oxígeno. Los pasadizos y los túneles móviles nos proporcionan un interior y un exterior. Estos pasadizos contienen espacios para actividades específicas, como el riñón que transforma fluídos o la boca que mastica los alimentos y los descompone químicamente. Los distintos espacios o cavidades poseen diferentes funciones: el estómago es diferente de los pulmones. Sin embargo, las cavidades son unidades especializadas en funciones generales, como los pulmones en la respiración, el estómago en la digestión y el cerebro en la información. Es característico de estos tubos y de las correspondientes cavidades el poseer un particular tipo de movilidad o peristaltismo que transforma lo que pasa a través de ellos. Este modelo pulsante particular transforma los tejidos en una especie de bombas. Una de las propiedades fundamentales que vemos en la materia viva es su organización pulsatoria, su capacidad para expandirse y contraerse, para alargarse y acortarse, hincharse y encogerse. Este movimiento celular del citoplasma y del núcleo lo podemos observar en el movimiento interno de alimentación y reproducción, como en el caso de un núcleo que empieza a estirarse y luego a solidificarse para formar otras dos células. Este alargamiento y posterior acortamiento, esta acción tipo bomba, es un modelo pulsatorio particular al mismo tiempo similar y específico en todos los diferentes tipos de tejidos. En el tejido cardíaco existe un flujo rítmico ininterrumpido comparable al ciclo de expansión-contracción del músculo liso, o a la interrupción controlada de alargamiento y acortamiento del músculo voluntario esquelético. Nosotros experimentamos el latido pulsante del corazón y la cualidad de su patrón rítmico. La función del corazón cuando se excita o durante un esfuerzo, puede asustarnos o volvernos cautelosos.

El tejido cerebral también pulsa; se hincha y encoge de la misma forma que el intestino. El organismo entero es una bomba pulsante.

El organismo es un espacio con una estructura. Si lo consideramos como una bomba que organiza una serie de espacios, el organismo sería un conjunto tubos con diferentes capas. De hecho, está constituido por una serie de tubos y capas: neural, musculo-esquelética, digestiva. Esta forma de tubo la podemos observar fácilmente en cortes transversales en el sistema vascular, en las ramificaciones nerviosas, en el tracto digestivo o en el hepático. Estos tubos están dispuestos en capas que, de fuera a dentro, son: tejido protector, membrana, capa muscular, más tejido conectivo e inmediatamente después, una capa especializada, alrededor de la luz del tubo. Yendo de dentro a fuera, aparece primero un delicado revestimiento: el endotelio, en el que se procesan sustancias; a continuación la estructura muscular de sostén, luego el tejido fibroso, y finalmente otra membrana. De manera que hay unas capas principales en cada tubo: una interior, otra exterior y una intermedia; y además, lo transportado a lo largo de cada tubo. Si aplicamos este principio al cuerpo en su conjunto, el organismo se convierte en una serie de capas especiales que permiten expansiones y contracciones a determinadas frecuencias y amplitudes para permitir el flujo de fluidos, gases e iones.

De la misma forma que las pulsaciones a nivel cerebral mantienen una presión para que circule el líquido caefalorraquídeo, igualmente el diafragma sustenta una presión interna para el intercambio de gases.

La motilidad tubular determina la forma progresiva de cada persona y le proporciona su sentimiento básico de identidad. Su patrón de expansión y contracción organiza la percepción básica y el entendimiento: vacío-lleno, lento-rápido, expandido-retraído, engullido-descargado. Todo sentimiento y todo pensamiento está basado en esta acción de bombeo. Este patrón de motilidad puede exagerarse en la hiperactividad o calmarse en la hipoactividad, a través del miedo, la ira o una conmoción. Y puede conducirnos a un delirio furioso o a sentirnos en un estado de apatía y colapso. Las ilustraciones de este capítulo muestran como los espacios, los tubos y la motilidad se desarrollan a partir de una célula individual y cómo una sola célula posee ya todos los componentes de expansión y contracción; cómo la expansión y la contracción organizan el espacio interno, cómo una célula origina inflamación y encogimiento; cómo una célula crea toda una serie de células y la organización de un tubo o conducto; cómo un tubo se convierte en dos y estos dos en tres, hasta que poseemos una serie completa; cómo estos tubos están primero organizados horizontalmente, luego verticalmente y finalmente, de forma circular; cómo se organizan por sí solos en el campo de la gravedad; cómo la verticalidad de los conductos crea volumen y ayuda en el paso de sustancias; cómo estos conductos, su motilidad, y sus espacios, representan la manera en que actuamos y sentimos. Un tubo rígido conduce a la inflexibilidad y a sentimientos de crítica excesiva y de temor al colapso. Un tubo denso experimenta poco movimiento y origina miedo a estallar; un tubo hinchado crea una falta de identidad, y un tubo vacío produce sentimientos de anhelo intenso y miedo a autoafirmarse.

La historia del desarrollo de la organización de los conductos, los espacios, y la motilidad proporciona la sensación de cómo funcionamos, de cómo percibimos nuestro interior y de cómo nos sentimos en general. La motilidad y el movimiento exhiben un patrón cuando estamos bajo la alteración, y otro diferente cuando nos encontramos en situaciones de normalidad. Estas figuras de la anatomía y de las sensaciones vienen representadas de dentro a fuera. ¿Qué sucede en nuestro interior cuando estamos emocional y psicológicamente estresados? ¿Qué les sucede a nuestros conductos? ¿Qué se produce en la relación entre las bolsas de nuestros tubos y los otros conductos que les rodean? ¿Cómo nos organizamos para protegernos, para luchar o huir, colapsarnos o volvernos más rígidos? ¿Cómo nos hacemos sobredimensionados y más densos o infradimensionados y más porosos? ¿Cómo afectan estos estados a nuestra conexión con los demás?

De células a tubos


La célula es, en su mayor parte, agua, en los diferentes estados de la materia, polarizada y presurizada como gas, vapor, junto con lípidos y proteínas. Tiene, además la posibilidad de modificar su forma, aumentando y disminuyendo su volúmen, coagulándose y fluyendo o estancándose y reposando.. Esta pulsación depende de un área de la membrana celular, además de las vías microtubulares que existen en el interior de las estructuras de la membrana. Las células transportan sustancias y nutrientes, especialmente esteroides fluidificados u hormonas proteínicas. La expansión y contracción de los conductos hídricos y su derivación en células y conductos, son básicas para la organización del soma, la inteligencia y el carácter. En nuestro interior somos materia líquida en asociación con sus vasos y conductos. 



La célula pulsa horizontal, vertical y circularmente. Las células se estiran, alargan, polarizan y dividen su contenido en partes iguales mediante una serie de conductos, a través de una línea de fuerza, para producir células hijas. Esta división origina colonias esferoidales que construyen planos, láminas y luego conductos. 

En los estadíos embriológicos precoces, todas las células están conectadas directamente, es decir, no se encuentran separadas por capas, enviando ellas mismas su situación directa y rápidamente mediante patrones de pulsación y a través de los medios líquidos en que viven. Su conexión y forma crea un lenguaje común, una armonía de pulsaciones y refleja su estado de madurez, su metabolismo y la naturaleza de su estructura. Todos los embriones, fetos y recién nacidos se hallan más próximos al estado fluído que a líquidos espesos o solidificados. 

La compleja tarea de la maduración se produce mediante la multiplicación, densificación, estratificación y posterior especialización celular en elementos tales como el músculo cardíaco o el hueso. Con el desarrollo de los conductos y sus cavidades, la pulsación comienza a tener lugar verticalmente, además de horizontal y circularmente. Este nuevo paso, permite que se cree una organización para oponerse a la fuerza de gravedad. Para prevenir el colapso y la expulsión de nuestros contenidos internos, la expansión y la contracción precisan de un soporte. Las cavidades y las válvulas son necesarias para mantener los ritmos peristálticos en contra de las fuerzas de gravedad. 

Ésta es nuestra metamorfosis, desde las células que laten rítmicamente hasta un organismo pulsante multirrítmico. Tal organismo es capaz de funcionar con modelos disonantes asimétricos que aparecen como un patrón que integra complejos opuestos. Estos modelos de pulsación tubular crean una propia identidad, al generar sensaciones que reconocemos como propias. Proporcionan una nueva dimensión a la existencia, al crear un interior y un exterior, una profundidad y una superficie. Esta interioridad y esta apariencia externa, son básicas en la anatomía de los sentimientos y del autoconocimiento. 

Existe un proceso básico de pensamiento-sensación en todas las percepciones que consiste en expandir, hinchar, alcanzar cosas y luego rechazarlas, encogerse, contraerse. Vamos hacia el mundo exterior y luego volvemos hacia nosotros mismos en un ciclo incesante. Se nos hace evidente que la tensión y el agotamiento perturban estos patrones de pulsación. Algunas veces, se produce un conflicto entre los dos polos: pretendemos alcanzar algo y retraernos al mismo tiempo. Nos hiperextendemos y, a la vez, perdemos la capacidad de hecharnos atrás; o nos retraemos sin poder luego expandirnos. Bajo estas condiciones, nuestras células comienzan a perder su rango de pulsaciones y se ven afectadas nuestras sensaciones, pensamientos, actividades, además de nuestra propia identidad. 

Las células se comunican con el mundo exterior o se alejan de él. Captan sustancias y las liberan. La forma en que la célula se expande y se contrae es un modo de valorar su autoafirmación, mientras que la manera en que mantiene la presión nos expresa su autopercepción y la forma en que capta y transmite la información, nos revela su capacidad de comunicación. La célula crea una presión interna para rechazar la compresión externa. Este continuo de presión genera la propia identidad. 

La fuerza de la gravedad ejerce una presión de 15 libras por pulgada cuadrada (73,2 kilos/m2), a la cual tenemos que oponernos. Somos necesariamente sensibles a la presión creada por el exterior o por nosotros mismos.Si existe demasiada presión, nos hacemos más compactos o densos; si hay demasiado poca, nos inflamos como un pez-globo sacado del agua. 

Si la presión aumenta gradualmente de dentro a fuera o de fuera a dentro, las membranas se engrosan. Si la presión sobre la pared externa es insuficiente, nos expandimos hacia el entorno. Si las membranas son débiles dejan pasar los líquidos o sencillamente explotan. Si la presión se ejerce rápida y repentinamente, las membranas se vuelven rígidas como barras de acero. Este reconocimiento contínuo de la presión y de la acomodación a ella, debe permanecer constante, si queremos mantener una identidad. Cuando la célula altera su anatomía constantemente o de forma abrupta, altera también su identidad. 

Así pues, una simple célula lleva a una organización de células, hacia una esfera que luego se convierte en un conducto. El siguiente nivel consta de un conducto compartimentalizado, una estructura muy compleja de tubos con huecos y espacios sólidos que se crea para transportar los materiales a los compartimentos y cámaras separadas. El cuerpo humano se inicia como una simple célula compuesta de una membrana y un contenido interno que regula la presión desde el interior y desde el exterior. Esta célula se comunica con ambas partes del mundo, desde el interior de sí misma al exterior de ella. Se crea un modelo pulsatorio básico, una apertura y un cierre que engrosa y alarga la membrana exterior. Esta expansión y contracción es una fuerza motriz que envía sustancias tanto a través de toda la célula como de dentro a fuera de ella. La célula tiene un sentido de lo interno que adquiere mayor fuerza cuando un grupo de ellas se constituye en forma de lámina. Se trata de una lámina redondeada, con unas células apiladas sobre otras, creando una cavidad interna o esfera. Como la esfera interna se hace más gruesa a medida que las células se van formando, se consiguen dos cosas al mismo tiempo. Se crean compartimentos desde su interior y desde su pared engrosada se forma una lámina interna que posteriormente se aplana y comienza a alargarse para convertirse en un conducto. 

Del interior de este compartimento emergen los pasadizos básicos: un conducto interno para el transporte de sustancias nutritivas, un conducto externo que establece límites y divisiones, y un conducto medio que forma los músculos. 

Estos conductos forman después una bola muy organizada con una estructura compartimentalizada a su vez en conductos, bolsas, cavidades y membranas que se comunican. Un extremo de este proceso forma un interior y el otro extremo, un exterior. Una serie de interiores y exteriores se convierten en un ano y una boca, un cerebro y médula espinal. Así la esfera se ha convertido en un conducto con, al menos, tres capas: una interna, otra externa y una media. La capa externa, constituida por la piel y los nervios, es el ectodermo y sirve para la comunicación. El estrato medio, formado por los músculos y vasos sanguíneos es el mesodermo y proporciona el soporte y la posibilidad de locomoción. La capa interna la componen los órganos y vísceras, se llama endodermo y procura la nutrición y la energía básica. Lo interno establece contacto con lo externo a través del nivel mesodérmico intermedio. Lo externo es la frontera, el yo social. Lo interno es lo secreto, lo profundo, el pasado antiguo y lo presente. La capa del medio es el ser volitivo que modula entre lo interno y lo externo. El conducto interno transporta materias de un lugar a otro, llegando a largas distancias y atravesando las capas desde la superficie a la profundidad. La función generalizada de las tres capas, ectodermo, mesodermo y endodermo, se asocia a las tres bolsas especializadas: la cabeza, el tórax y el abdomen. 

La proliferación temprana de las células, que aumentan de dos a cuatro, de cuatro a ocho, dieciseis, veinticuatro y así en adelante, mantiene las superficies en contacto directo unas con otras. Las células se tocan entre sí. Este contacto directo demuestra claramente el principio de la interconexión tisular. En el desarrollo embriológico precoz, todos los tejidos y órganos están íntimamente conectados, el corazón y el cerebro son solamente dos superficies que están alejadas físicamente. El latido cardíaco está perfectamente representado en el cerebro. No hacen falta conexiones nerviosas. Mientras el desarrollo prosigue, permanecen vestigios que recuerdan el contacto pasado. Es sin duda una información, un conocimiento íntimo. Estamos unidos por la interconexión de todos nuestros tejidos. Somos como una lámina de células retorcida, doblada, curvada, enrollada en forma de sistemas de órganos y conductos y luego convertida en un organismo. Las capas profundas, las áreas más alejadas, están influidas por un contacto a distancia. 

La conexión interna de todas las capas da origen a la conciencia tisular, a la suma de sensaciones provenientes de todos los niveles celulares en un patrón de millones de superficies y medios ambientes internos. Ello da origen a la conciencia individual. 

Figura 1
Una célula con su interior ejerciendo presión hacia el exterior. Las muescas representan gráficamente los pasadizos hacia y desde el exterior. 
Figura 2
La presión que viene del exterior es rechazada por un engrosamiento de la pared celular. 
Figura 3
En el intercambio entre el mundo exterior y el yo, existe un permanente cambio de presiones y un engrosamiento variable de la pared celular. 
Figura 4
La célula es un universo en sí misma, un minúsculo planeta, una bola compleja, una fuente de organización increíble. Nada se deja a la casualidad. Posee una membrana celular externa, un núcleo interior, el recipiente del material cromosómico y las fuentes de energía: ATP, DNA y las mitocondrias. Lo más importante es que la célula contiene, de una forma modificada, todo lo que un gigantesco organismo multicelular también comprende. Hay una estructura reconocible, un exterior, un interior, órganos centrales específicos y una red de conductos y túneles para la circulación de los fluídos. Se trata de una organización en forma de capas superpuestas. Las sustancias viajan a través de rutas específicas para el suministro y la transformación de sí mismas. La presión se transmite a través de una serie de láminas de regulación que la aumentan o la disminuyen. Las muescas o cortes sobre la superficie indican las salidas y entradas. Una célula con sus pasadizos tubulares proporciona la sensación completa de que existe un interior además de una superficie. La fuerza puede regularse por las capas que controlan y generan la presión. 
Una céula crece formando más células. La idea de separación es una ilusión. Un círculo se convierte en una colonia, una bola de células y luego en un tipo de organización que se alarga en forma de tubo o conducto, con unos compartimentos vacíos y otros llenos. Los conductos se dilatan y se transforman en bolsas o cavidades. 

Figura 5
Un conjunto de células forma una esfera. Dos capas se convierten en tres por medio de la migración celular. Esta esfera comienza a estructurar el espacio en cavidades, bolsas y un núcleo central. Este espacio intensifica la pulsación celular. 

Figura 6
Ahora tenemos tres capas: externa, interna y media. La capa media da origen a los músculos, mientras que la capa externa desarrolla la piel y los nervios y la capa interna se convierte en los diferentes órganos. La formación de un conducto comenzará a partir del alargamiento de la capa interna. 

Figura 7
Una célula se convierte en dos por medio de la polarización. Esta división tiene lugar mediante la formación de un conducto o túnel: dos bolsas conectadas a través de un pasadizo. Cada bolsa posee un núcleo. A medida que la sustancia interna emigra hacia las dos bolsas, se crea un esfínter y se produce una división o partición. El modelo está claro: alargamiento y separación. Una bolsa se forma a partir de un tubo dilatado, luego se hincha y finalmente se divide para crear dos bolsas a partir de una. 

Figura 8
En un estado embriológico precoz, se forma un conducto dentro de una esfera, que es el esbozo del sistema nervioso y de la cabeza. 

Figura 9
La célula ha generado conductos y huecos formando estratos interiores. Estos conductos comienzan a alargarse y a convertirse en cámaras que luego constituirán los vasos sanguíneos, los intestinos, la médula espinal y la piel. 

Figura 10
Las capas del ser humano son muy evidentes: el conducto externo de la piel y los nervios, la capa media de los músculos y cartílagos y el espacio interno para los órganos de la nutrición y la respiración. 

Figura 11
La generación de un espacio interno

Figura 12
La generación de conductos y capas




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