EL MUNDO ESTA EN LA MENTE
Yoga Vasishtha
EXTRACTOS DE LAS INSTRUCCIONES DEL SABIO VASISHTHA A SU DISCÍPULO EL PRÍNCIPE RAMA
La obra titulada Yoga-Vasishtha, conocida también como Maharamayana, comprende treinta y dos mil versos atribuidos al sabio Valmiki, el primer poeta que se expresó en la lengua sánscrita tal como aún hoy la conocemos. En verdad, Valmiki podrá siempre reclamar para sí el hecho de ser el más grande de los poetas sánscritos, y el Yoga-Vasishtha está penetrado de una poesía de la más alta inspiración.
El Yoga-Vasishtha ha sido el libro preferido de yoguis y ermitaños en sus retiros del Himalaya, así como el de reyes y hombres de estado de la India. Comparten la opinión de que quien lo estudia con atención y vive sus enseñanzas se alza por encima de las limitaciones de la materia y, experimentando una inmutable beatitud en su propio ser, hace partícipe a su prójimo de su propia exaltación espiritual por medio de la bondad y de la verdadera filantropía.
TERCERA CONVERSACIÓN
Continuó el Bienaventurado Vasishtha:
«Todas las cosas debes considerarlas a la luz de los Shastras1 y penetrar en su verdadero significado; también sacarás provecho de las enseñanzas de tu Maestro meditándolas en tu mente y con el constante empeño en desdeñar lo visible hasta que llegues a conocer al Uno invisible.
Puedes llegar a ese estado de santidad mediante la quietud, el conocimiento de los Shastras y de su doctrina, escuchando las homilías de los maestros espirituales, así como adquiriendo la convicción de que eres capaz de lograrlo.»
Dijo Rama:
«Santo instructor, tú eres el sol del día del Conocimiento espiritual; eres un fuego resplandeciente en la noche de mis dudas; eres la luna que refresca el calor de mi ignorancia. Sé suficientemente bueno como para explicarme quién tiene mayor mérito, el devoto que vive en sociedad o aquel que se retira en soledad.»
Respondió Vasishtha:
«Ambas almas son felices mientras gocen de la calma en sí mismas. Quien ve las cualidades y propiedades de las cosas como algo distinto del Espíritu, goza de una paz serena dentro de él que se llama samadhi2.
El hombre de mente esclarecida que es activo en el mundo y el sabio iluminado que permanece en su retiro son semejantes en su serenidad espiritual e indudablemente han conseguido el estado de beatitud. En la actividad o inactividad de la mente reside la única causa de la agitación o la tranquilidad de los hombres. Apremiantes deseos invaden a la mente de la vanidad que corresponde a su naturaleza, y esa es la causa de todas sus desdichas: esfuérzate, por tanto, en atenuar en todo momento tus inclinaciones mundanas.
Cuando la mente está en paz porque se ha liberado de temores, aflicciones y deseos y se establece en el reposo, ese estado se llama samadhi.
La casa de los jefes de familia que han dominado bien su mente y han abolido su sentido del egoísmo, es tan buena como la soledad de la selva, el frescor de las grutas o la paz de los bosques, oh Rama-ji.
Los hombres de mente apaciguada observan los más espléndidos monumentos urbanos con la misma mirada impasible con que contemplan los árboles de un bosque.
Quien, en su Espíritu más interior, ve el mundo en Dios, es en verdad el Señor de la humanidad.
El mundo no es, sino paz para los yoguis de mente controlada; es la Mente divina lo que manifiesta en forma de ego, y lo mismo ocurre en el mundo.
Aquel que ha llegado a la paz exterior e interior gracias a la práctica del Yoga y de la virtud, así como por el servicio a su Instructor, y considera al mundo como algo inseparable de Dios, ese goza del samadhi en todas partes; pero aquel que siente diferencias y separa su ego de los demás3, se ve incesantemente tambaleado por las olas arremolinadas del mar.
A aquel que cumple con su deber mediante los órganos de acción mientras guarda su mente en la meditación interior y no es afectado por la alegría o la aflicción, se le llama yogui impasible.
A aquel que contempla en calma el transcurso del mundo tal como se desarrolla o se presenta ante él y permanece sonriente pese a sus vicisitudes, se le llama yogui impasible.
Aquel que ha llegado a un desapego espiritual y a una serenidad tales, realiza la perfección suprema y le resulta indiferente ser exteriormente elevado o rebajado, vivir o morir.
Le da igual vivir entre lujos en su casa que retirado de la sociedad y guardando silencio; para él, todo eso es lo mismo.
El conocimiento de la extinción de toda existencia en Dios es el único remedio capaz de curar el error que consiste en creerse una entidad dualista separada; es el único medio de lograr la paz de la mente.
Así como el desvanecimiento de la ilusión que confundía una cuerda con una serpiente4 proporciona paz y alegría, la destrucción del egoísmo en Atman trae paz y calma
a la mente.
Ningún deseo agita a la mente así apaciguada, como ninguna semilla germina dentro de una piedra, y los anhelos que a veces puedan manifestarse son como las olas del océano, que emergen y se sumergen en el mismo elemento.
Todo está en la mente, y la totalidad de este universo, sin división ni dualidad alguna, se encuentra en ella: es una con el Dios supremo. Cuando se libera de su habitual inconstancia y de su acaloramiento febril, reencuentra su antigua serenidad, como la ola, al romper, retorna al estado de agua en calma del que salió.
Guiadas por su avidez, las almas pequeñas viven entre ocupaciones que las colman de preocupación, como un hervidero de insectos en el fango, y su avaricia les lleva a codiciar sólo cosas exteriores y a olvidar al Atman supremo en su interior.
Oh Rama-ji, cuando consigas contemplar la grandeza de tu Atman a la luz del santo Yoga enseñado por el ilustre Manu5, descubrirás que eres más grande que el cielo y el océano juntos.
Sabe, oh príncipe bien amado, que, como el sol, que tras ocultarse a nuestros ojos no deja de enviar su luz al otro hemisferio, tu intelecto continuará alumbrando incluso después de haber transcurrido su curso en esta vida.
Libera al elefante —tu mente— de las cadenas del egoísmo y de las trabas de la avaricia.»
Cuando el bienaventurado Sabio Våsishtha hubo concluido su discurso a la Asamblea imperial, se inclinó respetuosamente en homenaje a los Yoguis y Brahmacharis6.
El Emperador y sus hijos le ofrecieron flores, agua y presentes. Los devas7 hicieron llover flores celestiales y todos exclamaron:
«¡Jai! ¡Jai! ¡Jai!»
Notas:
1 Shastras: Las Escrituras hindúes.
2 Samadhi: Estado mental que acompaña a la iluminación espiritual y que se adquiere tras una larga práctica de la meditación y del Yoga, así como con la liberación del propio intelecto de todas sus asociaciones groseras e impurezas,
3 Separa su ego: Significa que la concepción separativa y falsa de un «yo» y de un «tú» debe quedar extirpada de la consciencia de un yogui. Otro Maestro ha definido claramente esta enseñanza esencial en los siguientes términos: «Esta doctrina de la total unidad interior tiene como efecto en el yogui que la
realiza, suprimir por completo toda acción y pensamiento inmorales. El ladrón roba a otro hombre porque cree que él es él y el robado, otro —que hay dos personas—, ¡pero nunca se ha oído decir que una mano derecha haya robado a una izquierda! Si en una comunidad los hombres comprendieran que forman una unidad unos con otros, no sólo no se robarían mutuamente, sino que los sufrimientos de uno concernirían a todos los demás; las alegrías de unos serían la felicidad de todos.»
4 Confundir una serpiente con una cuerda: Se trata del muy conocido símil que utilizan los vedantinos para ilustrar la relación que existe entre Brahman y el mundo fenoménico. El universo existe fenoménicamente en Brahman, a Quien tiene como soporte, pero carece de existencia independiente, como es el caso de la ilusión que cree ver una serpiente en un rincón sombrío de la habitación y que cuando se mira más de cerca se revela como un trozo de cuerda.
5 Manu: Primer rey y célebre legislador de la antigua India.
6 Brahmachari (fem.: brahmacharini): Discípulo aceptado que, como estudiante de Yoga, observa la disciplina yóguica y el voto de continencia mientras sirve a un Instructor tradicional (guru).
7 Deva: Ser celestial. Literalmente, «aquel que brilla» (fem: devi).
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