16 jun 2012

Yoga Vasishtha de Valmiki: Decimotercera conversación

EL MUNDO ESTA EN LA MENTE
Yoga Vasishtha
EXTRACTOS DE LAS INSTRUCCIONES DEL SABIO VASISHTHA A SU DISCÍPULO EL PRÍNCIPE RAMA

La obra titulada Yoga-Vasishtha, conocida también como Maharamayana, comprende treinta y dos mil versos atribuidos al sabio Valmiki, el primer poeta que se expresó en la lengua sánscrita tal como aún hoy la conocemos. En verdad, Valmiki podrá siempre reclamar para sí el hecho de ser el más grande de los poetas sánscritos, y el Yoga-Vasishtha está penetrado de una poesía de la más alta inspiración.
El Yoga-Vasishtha ha sido el libro preferido de yoguis y ermitaños en sus retiros del Himalaya, así como el de reyes y hombres de estado de la India. Comparten la opinión de que quien lo estudia con atención y vive sus enseñanzas se alza por encima de las limitaciones de la materia y, experimentando una inmutable beatitud en su propio ser, hace partícipe a su prójimo de su propia exaltación espiritual por medio de la bondad y de la verdadera filantropía.


DECIMOTERCERA CONVERSACIÓN

Dijo el bienaventurado Vasishtha:

«Suplicaba un día al bienaventurado sabio Bhushundi que nos dijera cómo lograba él escapar de las manos de la Muerte mientras que todas las demás criaturas del mundo están condenadas a ser trituradas por las mandíbulas que todo lo devoran.

Contestó Bhushundi:

‘Tú, Señor, que todo lo conoces, ¿aún quieres que te diga lo que sabes perfectamente? Una pregunta así, viniendo de su Maestro, enardece a tu servidor para hablar, cuando de otra manera hubiera guardado silencio.

La muerte no destruirá al hombre que no lleve consigo las joyas de sus deseos corruptores, como un ladrón no matará a un viajero que no adorne su cuello con una cadena de oro precioso.

La muerte no hará su presa de quien no esté corrompido por el veneno de la cólera y de la animosidad, de aquel cuyo corazón no alimente al dragón de la avaricia y cuya mente no esté corroída por la úlcera de la inquietud.

La muerte no mata a aquel cuyo cuerpo no está abrasado por la ardiente pasión del apego, que, como un incendio, consume el grano almacenado del buen sentido.

La muerte no se acerca al hombre que pone su confianza en el Espíritu sin mancha y purificador de Dios y cuya mente reposa en el seno de la mente suprema.

Así, la mente que descansa junto a su Creador en un inalterable estado de serenidad no puede ser alcanzada por los males y sufrimientos del mundo.

Quien tiene la mente absorbida en la santa meditación no da nada ni nada recibe de los demás; jamás intenta rechazar lo que tiene ni conseguir lo que no tiene.

Aquel cuya mente ha encontrado el reposo en la santa meditación ya no tiene motivo por el que arrepentirse.

Eleva tu mente por encima de la multiplicidad de las posesiones terrenales y establécela en la unidad del Espíritu.

Dispón tu corazón con vistas a esa felicidad suprema que tan deseable es al principio como al final.

Fija a tu mente en Brahman, que está más allá de nuestra comprensión, luz santa, origen y fuente de todas las cosas en quien reside toda dicha y de donde viene la ambrosía que alimenta a nuestras almas.

Nada hay tan bello ni duradero en las esferas superiores e inferiores que nos envuelven como la paz imperturbable de una mente concentrada en Dios.

No es bueno inquietar a la mente con preocupaciones referentes a las diversas ramas del saber, y no es de ningún provecho esclavizarla en el servicio a otro cuando aún se desconoce uno mismo y se ignora cuál es el verdadero bien propio.

La mera longevidad no es buena, si se está afligido por las enfermedades y pesadumbres de la vida.

Puesto que todo es inconstante, inútil y enojoso para los hombres, el sabio ve que no hay otra cosa que la Realidad Una, imperecedera, situada más allá de todo error y que, aunque presente en todas partes, trasciende el conocimiento de todas las cosas.

Atman es esa Esencia y la meditación sobre él es el único medio de anular toda penalidad y todo padecimiento. Sólo Ella destruye la visión errónea del mundo.

La contemplación divina despunta en la atmósfera límpida de una mente purificada y se abre paso extendiéndose como la luz del sol; disipa la oscuridad del dolor y del sufrimiento, así como la errónea idea de la dualidad.

La meditación divina en la forma de So-Hum1 o de Shivo-Hum2 no acompañada de ningún deseo ni preocupación egoísta, penetra como los rayos de la luna a través de la noche de la ignorancia.

Sólo hay un lejano parecido entre esa luz espiritual y la luz intelectual de los filósofos.

Yo estoy siempre en paz mientras mi pensamiento sigue el ritmo de mi respiración, y no me muevo de esta disposición aunque tiemble el monte Meru bajo mis pies.

Desde el gran Diluvio, la tierra ha resurgido y se ha vuelto a hundir repetidas veces y yo he sido testigo de la sumersión y emersión de los continentes sin que se viese afectada mi paz nacida de la realización de Dios.

Observo cómo mi inspiración y espiración discurren, y contemplo la suprema excelencia de Brahman, por quien permanezco satisfecho en mí y gozo de mi larga vida sin dolor ni enfermedad.

Nunca apruebo ni desapruebo ningún acto realizado por mí o por otros, y ese desvinculamiento de toda preocupación me ha conducido a este feliz estado de longevidad despreocupada.

He liberado a mi mente, oh gran Muni, de sus defectos de inconstancia e inútil curiosidad, y la he establecido en Brahman por encima de toda aflicción y de toda inquietud; ha llegado a ser prudente, tranquila, serena y así es como he logrado esta larga vida.

No temo ni a la muerte ni a la enfermedad ni a la vejez y no me regocijo con la idea de ganar un imperio; este desapego es la causa de mi longevidad física.

A nadie considero, oh gran Sabio, amigo ni enemigo, y esta ecuanimidad es la causa de mi larga vida.

Observo toda existencia como la reflexión de Brahman, existente por Sí mismo, que es todo en todo, y conozco el Sí mismo como Eso, So-Hum, y ahí está la causa de mi larga vida, oh gran Rishi.

Jamás considero que este cuerpo físico sea mi Atman, y mi larga vida se la debo a ese supremo conocimiento.

Hasta tal punto soy dueño de mi mente, que nunca la dejo mezclarse en los asuntos del mundo, como tampoco dejo que esos asuntos alcancen mi corazón, y eso es lo que me ha valido el beneficio de esta longevidad inagotable.

Soy feliz con la ventura ajena, intento que desaparezca el sufrimiento en todos los seres, y este sentimiento de simpatía universal respecto a la suerte de mis hermanos me ha mantenido vivo y juvenil a través de los tiempos.

En la adversidad, me quedo imperturbable como una roca y en la prosperidad, soy benévolo para con todos. Ni la pobreza ni la opulencia me afectan, y esa firmeza de mente es la causa de mi inextinguible longevidad.

Tengo la firme convicción de ser esa Inteligencia que se manifiesta en el universo, que reside arriba, en los cielos, y abajo, en los bosques; y esa convicción me ha hecho Dueño de la vida y de la muerte.

Así es, oh bienaventurado Sabio, como resido en el cáliz de los tres mundos, como una abeja habita en el corazón de una flor de loto, y soy conocido en todo el mundo como el Sabio inmortal llamado Bhushundi.’

Le respondí:

‘Oh venerable Señor, me has dirigido un discurso maravilloso. A lo largo de mis peregrinaciones a través del mundo he sido testigo de la grandeza y de la dignidad de dioses y sabios, pero no había visto a Sabio tan santo como tú. ¡Yo te saludo, oh conocedor de Brahman!’»


Notas:
1 So-Hurn: «Yo soy Él».
2 Shivo-Hum: «Yo soy la Felicidad», «Yo soy Shiva».

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