14 mar 2014

Luces sobre el Yoga - Sri Aurobindo: Sumisión y apertura. 3/5

CAPÍTULO III
SUMISIÓN Y APERTURA

Todo el principio de este Yoga consiste en darse enteramente al Divino solamente y a nada ni a nadie más, y hacer descender hasta nosotros por medio de la unión con la Madre Divina toda la luz, el poder, la inmensidad, la paz, la pureza, la Consciencia-Verdad y el ananda trascendentes del Divino Supramental.

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Radha es la personificación del amor absoluto al Divino, amor total e integral de todas las partes del ser desde las partes espirituales más elevadas hasta las físicas, que conduce a la entrega absoluta y a la consagración total de todo el ser y hace descender el ananda supremo al cuerpo y a la naturaleza más material.

La pureza consiste en no aceptar ninguna otra influencia que no sea la influencia del Divino. La fidelidad consiste en no admitir ni manifestar ningún otro movimiento que los movimientos inspirados y guiados por el Divino.

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Ser sincero significa elevar todos los movimientos del ser hasta el nivel de la
consciencia y la realización más altos que uno haya alcanzado ya. 

La sinceridad exige la unificación y la armonización de la totalidad del ser en todas sus partes y en todos sus movimientos alrededor de la Voluntad Divina central.

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El Divino se da a los que se dan a sí mismo al Divino sin reservas y en todas sus partes. Para ellos la calma, la luz, el poder, la bienaventuranza, la libertad, la inmensidad, las cumbres del conocimiento, los océanos del ananda.


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Hablar de sumisión o tener una mera idea o un tibio deseo de consagración integral no es suficiente; ha de haber una voluntad y un esfuerzo decididos para una total y radical transformación.

No es adoptando simplemente una actitud mental como puede conseguirse esto ni tampoco en virtud de un cierto número de experiencias interiores que dejan al hombre exterior tal cual es. Es este hombre exterior el que debe abrirse, entregarse y transformarse. El menor de sus movimientos, de sus hábitos y de sus actos ha de ser sometido, visto, presentado, expuesto a la Luz divina, ofrecido a la Fuerza divina para que sus viejas formas y motivos sean destruidos y la Verdad divina y la acción de la consciencia transformadora de la Madre Divina ocupen su lugar.


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No tiene mucho sentido espiritual el hecho de mantenerse abierto a la Madre si se rehúsa la sumisión. La autoentrega o sumisión es una exigencia para quienes practican este Yoga, porque sin esta sumisión progresiva del ser es completamente imposible acercarse siquiera un poco al objetivo. Mantenerse abierto significa pedir a la Fuerza de la Madre que penetre y ejerza su acción en ti, y si no te sometes a ella quiere decir que no le das a la Fuerza la menor oportunidad de trabajar en ti o que sólo le permites actuar de la forma que tú quieres y no según su propia manera que es al de la Verdad Divina.

Una tendencia de este género procede generalmente de algún Poder adverso o de algún elemento egoísta de la mente o del vital que quiere la Gracia o la Fuerza, pero sólo con el fin de utilizarla para sus propios designios, y que no quiere vivir para el Designio Divino; lo que quiere es sacar del Divino todo lo que pueda obtener, pero no darse a sí mismo al Divino. El alma, el ser verdadero, por el contrario, se dirige hacia el Divino y no sólo tiene buena voluntad sino también el ansia y el gozo de entregarse.

En este Yoga se presupone una meta que está más allá de cualquier cultura idealista mental. Las ideas y los ideales pertenecen a la mente y no son más que medias verdades; la mente además se contenta frecuentemente teniendo simplemente un ideal, plenamente satisfecha con el placer de idealizar, mientras que la vida permanece siempre igual, sin transformar o modificada un poco solamente y más que nada en apariencia. El buscador espiritual no abandona su esfuerzo por conseguir la realización espiritual al sentirse satisfecho con una mera idealización. No idealizar, sino o realizar la Verdad Divina es siempre su propósito, bien sea en el más allá o también en esta
vida. Y en este último caso es necesario transformar la mente y la vida, lo cual no se puede conseguir sin someterse a la acción de la Fuerza Divina, a la acción de la Madre.

La búsqueda del Impersonal es el camino de los que quieren retirarse de la vida; generalmente tratan de alcanzar su objetivo por su propio esfuerzo, no abriéndose a un Poder superior o por la vía de la entrega o don de sí; porque el Impersonal no es algo que guíe o que ayude, sino algo que hay que alcanzar y deja que cada hombre lo alcance según la manera y la capad dad de su naturaleza. Por otro lado, a través de la apertura y el don de sí a la Madre puedes realizar el Impersonal y además todos los demás aspectos
de la Verdad.

La sumisión o don de sí debe ser necesariamente progresiva. Nadie puede efectuar una sumisión completa desde el comienzo: así pues es completamente natural que al contemplar tu interior constates su ausencia. Lo cual no es una razón por la que no debas aceptar el principio de la sumisión y no la lleves a término con perseverancia, paso a paso, de un ámbito a otro, aplicándola sucesivamente a todas las partes de la naturaleza.


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En los primeros tiempos de la sadhana -y al decir primeros tiempos no me refiero a un breve periodo- el esfuerzo es indispensable. Tienes que someterte, indudablemente; pero la sumisión o don-de-sí es algo que no se consigue en un día. La mente tiene sus ideas y se adhiere a ellas; el vital humano se resiste a la sumisión, porque lo que denomina sumisión en los comienzos es un especie dudosa de autoentrega que comporta una exigencia; la consciencia física es como una piedra y lo que entiende por sumisión a menudo no es nada más que inercia. Únicamente el ser psíquico sabe como someterse y el psíquico está en general sumamente velado en los comienzos. Cuando el psíquico se despierta, puede producirse un don de sí súbito y verdadero de la totalidad del ser, pues la dificultad que presenta el resto es rápidamente superada y desaparece. Pero hasta llegar a este punto el esfuerzo es indispensable. O al menos es necesario hasta que la Fuerza de lo alto descienda al ser inundándolo y asuma la sadhana, la haga ella por ti cada vez más y la deje cada vez menos en manos de tu esfuerzo individual; pero incluso en este caso, si no el esfuerzo, al menos la aspiración y la vigilancia son necesarias hasta que la posesión de la mente, la voluntad, la vida y el cuerpo por el Poder Divino sea completa. He tratado este asunto, creo, en uno de los capítulos de «La Madre».

Por otro lado hay algunas personas que empiezan con una genuina y dinámica
voluntad de entrega total. Son aquellas que están gobernadas por el ser psíquico o por una voluntad mental lúcida e iluminada que, habiendo aceptado de una vez para siempre la sumisión como la ley de la sadhana, no admite más ningún equívoco acerca de ella e insiste en que las otras partes del ser sigan su dirección. Aquí todavía hay esfuerzo; pero es tan fácil y espontáneo y se tiene de un modo tan claro la percepción de la acción de una Fuerza más grande detrás de sí que el sadhaka apenas se da cuenta de que hace un
esfuerzo. Por el contrario, cuando existe en la mente o en el vital una determinación de conservar su voluntad autónoma, una resistencia a renunciar a su independencia de movimientos, tiene que haber lucha y esfuerzo hasta que sea abatido el muro que separa el instrumento que está al frente y la Divinidad situada detrás o encima de él. No se puede dar ninguna regla que sea aplicable indistintamente a todo el mundo; las variaciones de la naturaleza humana son demasiado grandes para que una sola regla unívoca sirva para todos los casos.


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Hay un estado en el cual el sadhaka es consciente de la Fuerza Divina trabajando en él o al menos de sus resultados y no obstruye su descenso o su acción con sus propias actividades mentales, su agitación vital o su oscuridad e inercia físicas. Es la apertura al Divino. La ofrenda de sí es el mejor camino para la apertura; pero la aspiración y el sosiego pueden conducir a ella hasta un cierto punto en tanto no se haya producido el don-de-sí o sumisión. El don-de-sí significa consagrar todo lo que hay en tu ser al Divino, ofrecerle todo lo que eres y todo lo que tienes, no insistir en tus ideas, tus deseos, tus hábitos, etc., sino permitir a la Verdad divina que los sustituya en todas partes por su conocimiento, su voluntad y su acción.

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Mantente siempre en contacto con la Fuerza Divina. Lo mejor para ti es hacer simplemente eso y dejar que la Fuerza haga su obra; en donde sea necesario, se apoderará de las energías inferiores y las purificará; en otras ocasiones te vaciará de ellas y te llenará de Ella misma. Pero si dejas que tu mente tome el mando y discuta y decida lo que hay que hacer, perderás el contacto con la Fuerza Divina y las energías inferiores empezarán a actuar a su antojo y todo será confusión y movimiento falso.


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Sólo entonces puede el ser psíquico abrirse plenamente, cuando el sadhaka se ha desembarazado de las motivaciones vitales que se mezclan con su sadhana y es capaz de hacer una ofrenda-de-sí simple y sincera a la Madre. Si hay alguna clase de tendencia egoísta o falta de sinceridad en la motivación, si el Yoga se hace bajo la presión de las exigencias vitales, o en parte o únicamente, para satisfacer alguna ambición espiritual o de cualquier otro tipo, por orgullo, vanidad, búsqueda de poder, posición o influencia sobre los demás, o bien bajo el impulso del deseo de satisfacer un apetito vital cualquiera con la ayuda de la fuerza yóguica, entonces el psíquico no puede abrirse, o se abre sólo parcialmente o de vez en cuando y se cierra de nuevo porque es velado por las actividades del vital; la llama psíquica se extingue, asfixiada por la humareda vital. La misma incapacidad aparece igualmente si la mente asume la parte rectora del Yoga y empuja el alma interior hacia el fondo, o si la bhakti o los otros movimientos de la sadhana adoptan una forma más vital que psíquica. La pureza, una sinceridad simple y
la capacidad de darse sin egoísmo ni reserva, sin pretensiones ni exigencias, son las condiciones necesarias para que el ser psíquico pueda abrirse plenamente.


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Secar el corazón no forma parte de este Yoga; pero las emociones deben ser dirigidas hacia el Divino. Puede haber cortos periodos durante los cuales el corazón esté sosegado, alejado de los sentimientos ordinarios y esperando el influjo de lo alto; pero tales estados no son estados de sequedad sino de silencio y de paz. El corazón en este Yoga ha de ser en realidad el centro principal de concentración hasta que la consciencia se eleve hacia lo alto.


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Todo apego es un impedimento para la sadhana. Has de tener buena voluntad hacia todos, afecto psíquico para todos, pero no apego vital.


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El amor del sadhaka debe ser al Divino. Sólo cuando tiene plenamente ese amor puede el sadhaka amar a los demás con amor verdadero.


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No hay razón por la que no debas recibir a través del intelecto, lo mismo que puedes recibir a través del ser vital, del emocional y del cuerpo. El intelecto es tan capaz de recibir como las demás partes del ser y, puesto que ha de ser transformado como el resto, es menester que sea entrenado para recibir. De otra manera no sería posible que se realizara en él ninguna transformación.

Es la actividad ordinaria del intelecto no iluminado aún lo que constituye un obstáculo para la experiencia espiritual, del mismo modo que es un obstáculo la ordinaria y todavía no regenerada actividad del ser vital o la oscura y estúpidamente obstructora consciencia del cuerpo. De lo primero que ha de estar especialmente prevenido el sadhaka en los procesos defectuosos del intelecto es de no confundir ciertas ideas e impresiones mentales o conclusiones intelectuales con una realización; en segundo lugar, de la agitada actividad simplemente mental que perturba la precisión espontánea de la experiencia psíquica y espiritual e impide el descenso del verdadero conocimiento iluminador o lo deforma desde el instante en que toca el plano mental humano o incluso antes de que lo toque plenamente. Hay también por supuesto los vicios habituales del intelecto: su inclinación por la duda estéril en vez de una recepción luminosa y un tranquilo discernimiento clarividente; su orgullosa tendencia a juzgar, según los criterios sacados de su propia experiencia limitada, cosas que están más allá de su capacidad, que le son desconocidas, demasiado profundas para él; sus tentativas de explicar lo suprafísico por medio de lo físico; su insistencia en querer la prueba de las cosas superiores y ocultas según los criterios propios de la Materia y de la mente en la Materia; y otros muchos demasiado numerosos para enumerarlos aquí. El intelecto está siempre sustituyendo al conocimiento verdadero con sus propias representaciones, construcciones y opiniones. Pero si el intelecto se somete, se abre, se aquieta y se torna receptivo, no hay ninguna razón para que no sea un medio de recepción de la luz o una ayuda para la experiencia de los estados espirituales y para la plenitud de la transformación interior.


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El tumulto de la actividad mental (intelectual) ha de ser también reducido al silencio, como la actividad vital del deseo, a fin de que la calma y la paz puedan ser completas.
El conocimiento tiene que venir -pero de lo alto. En esta calma las características mentales ordinarias lo mismo que las actividades vitales ordinarias se tornan movimientos superficiales con los cuales el ser interior silencioso no tiene conexión. Es la liberación necesaria para que el conocimiento verdadero y la verdadera actividad-dela-vida puedan reemplazar o transformar las actividades de la Ignorancia.

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El alma, el ser psíquico, está en contacto directo con la Verdad divina, pero en el hombre el alma está escondida detrás de la mente, del ser vital y de la naturaleza física.

Se puede practicar el Yoga y conseguir iluminaciones en la mente y en la razón; se puede adquirir poder y gozar de toda suerte de experiencias en el vital; se pueden incluso obtener sorprendentes siddhis físicos; pero si el verdadero poder-del-alma que está detrás no se manifiesta, si la naturaleza psíquica no pasa al primer plano, nada genuino ha sido realizado. En este Yoga el ser psíquico es lo que abre el resto de la naturaleza a la verdadera luz supramental y finalmente al ananda supremo. La mente puede abrirse por sí misma a sus propias regiones superiores; puede silenciarse a sí misma y expandirse en el Impersonal; puede también espiritualizarse en una especie de liberación estática o nirvana; pero el Supramental no puede hallar una base suficiente en la sola mente espiritualizada. Si el alma más recóndita se despierta, si hay un nuevo nacimiento que trascendiendo la simple consciencia mental, vital y física, se manifiesta en la consciencia psíquica, entonces se puede practicar este Yoga; de otro modo (por el poder mental solamente o de cualquier otra parte) es imposible... Si se rehúsa el nuevo nacimiento psíquico, si se niega uno a convertirse en el niño recién nacido de la Madre, debido al apego al conocimiento intelectual o a las ideas mentales o a algún deseo vital, entonces la sadhana está predestinada al fracaso.


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He dicho que la vía más decisiva para que la Paz y el Silencio puedan venir es un descenso desde lo alto. De hecho, realmente -aunque no siempre ostensiblementesiempre es así como vienen; no siempre de manera ostensible, porque el sadhaka no siempre se da cuenta del progreso; siente que la paz se establece o al menos se manifiesta en él, pero no tiene consciencia de cómo ni de dónde ha venido. No obstante la verdad es que todo lo que pertenece a la consciencia superior viene de lo alto, no sólo la paz y el silencio espirituales, sino también la Luz, el Poder, el Conocimiento, la visión y el pensamiento superiores, el ananda. Todo eso puede también hasta cierto punto, venir del interior, pero lo que en realidad sucede entonces es que el ser psíquico está directamente abierto a estas cosas y que éstas descienden primero al psíquico y se revelan después al resto del ser, bien sea emergiendo del psíquico o bien situándose este último al frente. Una revelación interior o un descenso desde lo alto, éstas son las dos vías soberanas del siddhi del Yoga. Un esfuerzo de la mente exterior de superficie o delas emociones, un tapasya de algún tipo pueden dar la impresión de promover alguna de estas realizaciones, pero los resultados son generalmente inciertos y fragmentarios, comparados con los resultados de estas dos vías radicales. Esa es la razón por la cual en este Yoga insistimos siempre en la necesidad de «abrirse» para que la sadhana dé sus frutos, es decir, de abrir hacia dentro la mente, el vital y el físico interiores, hacia la parte más recóndita en nosotros -el ser psíquico- y abrirnos también hacia lo alto, hacia
lo que está por encima de la mente.

La razón fundamental de esto es que esta pequeña mente, este pequeño vital y este pequeño cuerpo que denominamos nosotros mismos no es más que un movimiento de la superficie y de ninguna manera nuestro ser verdadero. Es una pequeña parte exterior de personalidad situada al frente durante una breve existencia, para el juego de la Ignorancia. Está provista de una mente ignorante que busca vacilante fragmentos de verdad, de un vital ignorante que corre de aquí para allá buscando fragmentos de placer, de un físico oscuro y en su mayor parte subconsciente que recibe los impactos de las cosas y que sufre, más bien que posee, el dolor y el placer resultantes. Todo eso es aceptado hasta que la mente deja de interesarle y comienza a buscar la Verdad real de sí misma y de las cosas, el ser vital se aburre y comienza a preguntarse si no existe alguna cosa que sea la verdadera felicidad y el físico se cansa de todo y quiere ser liberado de sí mismo y de sus dolores y de sus placeres. Entonces este ignorante fragmento de personalidad puede retornar a su Ser-Esencial verdadero y con él a estas realizaciones más vastas, o bien a la extinción de sí mismo, al nirvana.

El Ser-en-Sí real(1) no está en ninguna parte de la superficie, sino profundamente en el interior y en lo alto. En el interior es el alma que sostiene la mente interior y el físico interior, en la que existe la capacidad de una vastedad universal y puede además proporcionarnos las cosas que ahora estamos buscando: contacto directo con la verdad del ser y de las cosas, percepción de una bienaventuranza universal, liberación de la aprisionada pequeñez y de los sufrimientos del cuerpo físico denso(2). Incluso en Europa se admite hoy en día, muy frecuentemente, la existencia de alguna cosa detrás de la superficie, pero se equivocan sobre su naturaleza y lo denominan «subconsciente» o «subliminal», cuando en realidad es muy consciente a su manera y no es subliminal sino solamente algo que está detrás del velo. Según nuestra psicología, el Ser-en-Sí o Ser verdadero está conectado con nuestra pequeña personalidad exterior por determinados centros de consciencia que se nos revelan por medio del Yoga. 

Una pequeña parte solamente de nuestro ser interior pasa a través de estos centros a la vida exterior, pero esa pequeña parte constituye lo mejor de nosotros mismos y a ella debemos el arte, la poesía, la filosofía, los ideales, las aspiraciones religiosas, los esfuerzos en pro del conocimiento y la perfección. Pero los centros interiores están en su mayor parte cerrados o dormidos; abrirlos y hacer que estén despiertos y activos es uno de los objetivos del Yoga. A medida que éstos se abren, los poderes y las posibilidades del ser interior se animan también en nosotros; despertamos primero a una consciencia más vasta y después a una consciencia cósmica; dejamos de ser pequeñas personalidades separadas con vidas limitadas; nos convertimos en centros de una acción universal, en contacto directo con fuerzas cósmicas. Es más, en vez de ser involuntariamente juguetes de esas fuerzas como lo es la personalidad de la superficie, podamos llegar a ser conscientes y dueños del juego de la naturaleza, hasta un punto que dependerá del desarrollo del ser interior y de su apertura a los niveles espirituales superiores. Al propio tiempo la apertura del centro del corazón libera al ser psíquico que nos hace tornar conscientes de la presencia del Divino en nuestro interior y de la Verdad superior por encima de nosotros.

Porque el Ser espiritual supremo no está ni siquiera detrás de nuestra personalidad y existencia corporal sino encima, y la excede por completo. El más elevado de los centros interiores está situado en la cabeza, en tanto que el más profundo está situado en el corazón; pero el centro que se abre directamente al Ser Verdadero o Espíritu está encima de la cabeza, completamente fuera del cuerpo físico, en lo que se denomina el cuerpo sutil, suksma sarira. Este Ser-en-Sí tiene dos aspectos y los resultados de su realización corresponden a estos dos aspectos. Uno es estático, un estado de inmensa paz, libertad y silencio; el Ser-en-Sí silente no es afectado por ninguna acción o experiencia; las sostiene con imparcialidad pero no parece de ningún modo engendrarlas, sino más bien mantenerse detrás desapegado o indiferente, udasina. El otro aspecto es dinámico y es percibido como un Ser o Espíritu cósmico que no sólo sostiene, sino que engendra y contiene también toda la acción cósmica -no sólo la parte de esta acción que concierne a nuestro ser físico sino también todo lo que está más allá de él -este mundo y todos los demás mundos, tanto los dominios suprafísicos como los dominios físicos del universo. Además percibimos que este Ser es una en todo; pero lo sentimos también por encima de todo, trascendente, más allá de cualquier nacimiento individual o existencia cósmica. Entrar en este Ser-en-Sí o Espíritu universal -uno en todo- es estar liberado del ego; el ego entonces o bien se convierte en una simple circunstancia instrumental de la consciencia o bien desaparece incluso de nuestra consciencia por completo. Esto último es la extinción o nirvana del ego. Penetrar en el Ser-en-Sí trascendente, por encima de todo, nos hace capaces de trascender completamente incluso la misma consciencia y acción cósmicas: ésta puede ser la vía hacia esa liberación completa de la existencia en el mundo que se denomina también extinción, laya, moksha, nirvana.

Hay que advertir sin embargo que la paz, el silencio y el nirvana no son necesariamente el único resultado de la apertura hacia lo alto. El sadhaka se torna consciente no sólo de una paz, de una amplitud, de un silencio inmensos -finalmente infinitos- por encima de él, por encima de su cabeza, por así decirlo y extendiéndose por todo el espacio físico y suprafísico, sino que puede también tornarse consciente otras cosas: de una Fuerza inmensa en la que está todo poder, una Luz inmensa en la que está todo conocimiento, un ananda inmenso en el que están toda bienaventuranza y todo éxtasis. Al principio esas cosas aparecen como algo esencial, indeterminado, absoluto, simple, kevala: parece posible un nirvana en cualquiera de estas cosas. Pero podemos llegar a ver también que esta Fuerza contiene todas las fuerzas, esta Luz todas las luces, este ananda todo el gozo y toda la bienaventuranza posibles. Y todo eso puede descender hasta nosotros. Todas esas cosas y no solamente la paz pueden descender hasta nosotros, por separado o simultáneamente; pero lo más prudente es hacer descender primero una calma y una paz absolutas, porque eso da más seguridad al descenso del resto; de otra manera puede ser difícil para la naturaleza exterior contener o soportar tanta Fuerza, Luz, Conocimiento o ananda. El conjunto de todas esas cosas constituye lo que llamamos la consciencia espiritual superior o Consciencia Divina. La apertura psíquica a través del corazón nos pone primordialmente en contacto con el Divino individual, el Divino en su relación interior con nosotros; ésta es especialmente la fuente del amor y la bhakti. La apertura hacia lo alto nos pone en relación directa con el Divino integral y puede crear en nosotros la consciencia divina y un nuevo nacimiento o nuevos nacimientos del espíritu.

Una vez establecida la Paz, esta Fuerza superior o divina procedente de lo alto puede descender y trabajar en nosotros. Generalmente desciende primero a la cabeza y libera los centros de la mente interior, después al centro del corazón y libera completamente el ser psíquico y el ser emocional, después al ombligo y a los otros centros del vital y libera el vital interior, después al muladhara y por debajo de él y libera el ser físico interior. Trabaja tanto para el perfeccionamiento como para la liberación; toma la naturaleza entera el elemento por elemento y la trata, rechazando todo lo que tiene que ser rechazado, sublimando lo que tiene que ser sublimado, creando lo que tiene que ser creado. Integra, armoniza, establece un nuevo ritmo en la naturaleza. Puede también hacer descender una fuerza y un ámbito cada vez más elevados de la naturaleza superior, hasta que resulta posible, si tal es el propósito de la sadhana, promover el descenso de 1 a fuerza y la existencia supramentales. Todo esto es preparado, facilitado y sostenido por la acción del ser psíquico en el centro del corazón; cuanto más abierto, más al frente y activo esté, más rápido, seguro y fácil será el trabajo de la Fuerza.

Cuanto más crecen en el corazón el amor, la bhakti y el don-de-sí, más rápida y perfecta es la evolución de la sadhana. Porque el descenso y la transformación implican al mismo tiempo una unión y un contacto crecientes con el Divino.

Tal es el análisis fundamental de la sadhana. Es evidente que las dos cosas más importantes aquí son la apertura del centro del corazón y la apertura de los centros de la mente a todo lo que esté detrás y por encima de ellos. Porque el corazón se abre al ser psíquico y los centros de la mente se abren a la consciencia superior y el nexo entre el ser psíquico y la consciencia superior es el medio principal para la consecución del «siddhi». La primera apertura se efectúa mediante una concentración en el corazón, una llamada al Divino para que se manifieste, dentro de nosotros y para que, a través del ser psíquico, asuma toda nuestra naturaleza y la dirija. La aspiración, la adoración, la bhakti, el amor, el don-de-sí son los soportes principales de esta parte de la sadhana, acompañados de un rechazamiento de todo lo que obstaculiza el sendero que conduce a lo que aspiramos. La segunda apertura se efectúa mediante una concentración de la consciencia en la cabeza (después, encima de ella) y una aspiración y una llamada y una voluntad sostenida para hacer descender al ser la Paz, el Poder, la Luz, el Conocimiento el ananda divinos; primero la Paz, o la Paz y la Fuerza la vez. Algunos en realidad reciben primero la Luz o el ananda o son súbitamente invadidos por el Conocimiento.

Otros experimentan primero una apertura que les revela un Silencio, una Fuerza, una Luz o una Bienaventuranza inmensos, infinitos, por encima de ellos, y después o bien ascienden ellos hasta eso o estas cosas comienzan a descender hasta la naturaleza inferior. En otros casos hay, bien sea un descenso, primero a la cabeza, luego hasta el nivel del corazón, después hasta el ombligo y por debajo y a través de todo el cuerpo, o bien una apertura inexplicable -sin ninguna sensación de descenso- de paz, de luz, de inmensidad o de poder, o bien una apertura horizontal a la consciencia cósmica o una irrupción de conocimiento en una mente súbitamente potenciada.

Todo lo que venga tiene que ser bien acogido -porque no hay ninguna regla absoluta aplicable a todos- pero si no es la paz lo primero que viene, hay que tener cuidado de no infatuarse por una exaltación vanidosa o perder el equilibrio. De todas maneras, el movimiento capital se produce cuando la shakti o Fuerza Divina, el poder de la Madre, desciende y toma el control, porque entonces la organización de la consciencia comienza y la base del Yoga se torna más vasta.

El resultado de la concentración generalmente no es inmediato, aunque en ciertas personas aparezca brusca y rápidamente; pero la mayoría pasa por un tiempo más o menos largo de adaptación o de preparación, especialmente si la naturaleza no ha sido preparada ya hasta cierto punto por la aspiración y el tapasya. La obtención de resultados puede ser facilitada algunas veces asociando a l a concentración alguno de los procesos del antiguo Yoga. Hay el método adwaita del camino del conocimiento que consiste en rechazar la identificación de uno mismo con la mente, el vital y el cuerpo, diciendo constantemente: «yo no soy la mente, yo no soy el vital, yo no soy el cuerpo», contemplando estas cosas como algo separado de nuestro ser verdadero; al cabo de un cierto tiempo uno advierte que todas las actividades mentales, vitales y corporales y hasta la percepción misma de la mente, del vital y del cuerpo, se exteriorizan y se convierten en algo que está fuera de uno, mientras que en el interior y desapegado de ellos, crece la presencia de un ser distinto y autoexistente que se abre a la realización del espíritu cósmico y trascendente. Hay también el método -un método muy poderoso- de
los sankhyas que se basa en la separación del purusha y de la prakriti. Se impone a la mente la posición de testigo: toda acción de la mente, del vital y del físico se convierte en un juego exterior que no es yo ni es mío, sino de la Naturaleza y que ha sido impuesto a un yo exterior a mi verdadero ser; yo soy purusha, el testigo; soy silencioso, desapegado, no atado por ninguna de estas cosas. Como consecuencia de esto se produce una división en el ser; el sadhaka siente crecer en su interior una consciencia distinta, tranquila y silenciosa, que se percibe a sí misma como una cosa completamente separada del juego superficial de la Naturaleza mental, vital y física. Normalmente, cuando eso sucede, es posible hacer descender muy rápidamente la paz de la consciencia superior y la acción de la Fuerza superior y el pleno movimiento del Yoga.

Pero a menudo la Fuerza misma desciende en primer lugar como respuesta a la concentración y a la llamada y entonces, si estos procesos son necesarios, los efectúa ella misma o emplea cualquier otro medio o procedimiento que sea útil o indispensable.

Otra cosa más. En este proceso de descenso de lo alto y de desarrollo de la sadhana es sumamente importante no confiar exclusivamente en sí mismo, sino en la dirección del Guru y someter todo lo que suceda a su juicio, arbitrio y decisión. Porque sucede a menudo que las fuerzas de la naturaleza inferior resultan estimuladas y excitadas por el descenso y quieren mezclarse con él y desviarlo para beneficio propio. Ocurre también con frecuencia que algún Poder o algunos Poderes de naturaleza no divina se quieren hacer pasar por la Madre Divina y exigen al ser servicio y sumisión. Si uno consiente eso, las con secuencias son desastrosas en extremo. Si el sadhaka verdaderamente sólo da su consentimiento a la acción del Divino y se somete o se entrega a su dirección, entonces todo puede desarrollarse suavemente. Este consentimiento y la repulsa de todas las fuerzas egoístas o de las fuerzas que complacen al ego son la salvaguardia del sadhaka durante todo el proceso de la sadhana. Pero los senderos de la naturaleza están llenos de celadas, los disfraces del ego son innumerables, los engaños de los Poderes de las Tinieblas, rakshasi maya, son extraordinariamente hábiles; la razón es un guía
insuficiente y a menudo nos traiciona; el deseo vital nos acompaña siempre y nos incita a que sigamos cualquier insinuación seductora. Por esta razón en este Yoga insistimos tanto en lo que llamamos samarpana, que se traduce al español aunque insuficientemente con las palabras don-de-sí, entrega o sumisión.

Si el centro del corazón está plenamente abierto y el psíquico mantiene siempre el control, no hay ningún problema; todo está a salvo. Pero el ser psíquico puede en cualquier momento ser velado por una ola procedente de los ámbitos inferiores. Pocos son los que están exentos de estos peligros y son precisamente aquellos a quienes la sumisión es fácil. En esta difícil empresa la dirección de alguien que sea él mismo por identificación el Divino o que lo represente, es imperativa e indispensable.

Lo que he escrito hasta aquí puede ayudarte a formar una idea clara de lo que
entiendo por el proceso central del Yoga. He escrito con alguna extensión, pero evidentemente no he podido tratar más que las cosas fundamentales. Todo lo que pertenece al ámbito de las circunstancias y de los detalles deberá surgir a medida que uno elabora el método, o más bien que el método se elabora a sí mismo; porque esto último es lo que ocurre generalmente cuando comienza realmente la acción de la sadhana.

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Pasemos ahora a la concentración. Generalmente la consciencia se extiende por todas partes, se dispersa y corre en todas las direcciones, tras de este sujeto o de aquel objeto sin limitación. Cuando hay que hacer algo de carácter sostenido lo primero que se hace es recoger toda esta consciencia dispersa y concentrarse. Entonces, si se mira atentamente, la consciencia está forzosamente concentrada en un solo sitio y centrada en una sola ocupación, sujeto u objeto; como ocurre cuando compones un poema o un botánico estudia una flor. El sitio generalmente es alguna parte del cerebro o del corazón, según se concentre uno en el pensamiento o en el sentimiento. La concentración yóguica es simplemente una extensión y una intensificación de la misma operación. El objeto de la polarización puede ser una cosa, como cuando se hace tratak sobre un punto brillante. Entonces has de polarizar o focalizar la consciencia de tal modo que no vea más que ese punto y que no tenga más pensamiento que ese. Puede ser una idea, o una palabra o un nombre: la idea del Divino, la palabra OM, el nombre de Krishna, o la combinación de una idea y una palabra o de una idea y un nombre. Pero cuando estás más adelantado en el Yoga puedes concentrarte también en un sitio determinado. Hay la famosa regla de concentrarse entre las cejas, donde está situado el centro de la mente interior, de la visión oculta y de la voluntad. El procedimiento que se sigue consiste en pensar fijamente desde allí en el objeto elegido para la concentración, o bien en tratar de ver desde allí la imagen del citado objeto. Si logras hacerlo, al cabo de un tiempo adviertes que la totalidad de tu consciencia está centrada en ese sitio; de momento, por supuesto. Después de haberlo hecho durante algún tiempo y con frecuencia, resulta fácil y normal.

Confío que esto esté claro. Pues bien, en este Yoga se hace lo mismo, no necesariamente en este sitio en particular entre las cejas, sino en cualquier parte de la cabeza o en la parte central del pecho en donde los fisiólogos han situado el plexo cardíaco. Al concentrarte en la cabeza en lugar de polarizar la atención en una cosa, has de focalizar la consciencia en una voluntad, en una llamada para que descienda la paz de lo alto o, como hacen algunos, para que se abra la barrera invisible y la consciencia se eleve hacia las alturas. En el centro del corazón el objeto de la concentración ha de ser la aspiración a una apertura, a la presencia de la imagen viviente del Divino en el corazón o cualquier otra cosa que sea nuestro objetivo. Puede utilizarse el «Japa» (la repetición) de un nombre, pero, en este caso, la concentración debe dirigirse también a este nombre y éste tiene que repetirse por sí mismo en el centro del corazón. Cabe preguntar que ocurre con el resto de la consciencia cuando se hace esta clase de concentración local. Pues bien, ésta se sumerge en el silencio como en cualquier concentración o, de no ser así, los pensamientos o las cosas pueden ir y venir, como si estuvieran en el exterior, pero la parte concentrada no los atiende o no los advierte. Eso acontece cuando la concentración es razonablemente efectiva.

No es conveniente fatigarse al principio con largas concentraciones si no se está acostumbrado a ellas, porque en una mente cansada pierden su poder y su valor. En este caso puedes relajarte y meditar en vez de concentrarte. Sólo cuando la concentración se torna una cosa normal puedes prolongarla progresivamente cada vez más.

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