Ya vimos que el primer acto del ejercicio de prânâyâma es, según los yoguis, la regulación y gobierno del movimiento de los pulmones. Ahora conviene llegar a percibir los más delicados movimientos del cuerpo físico, pues como la mente está tan acostumbrada a fijarse en las cosas externas, se la ha de disciplinar para que perciba las internas.
Las corrientes nerviosas circulan por todo el cuerpo llevando energía vital a todos los órganos, y sin embargo no las percibimos; pero los yoguis afirman que es posible llegar a percibirlas empezando por el dominio del movimiento de los pulmones.
Para practicar la prânâyâma en lo que tiene de ejercicio respiratorio, se han de observar las siguientes reglas:
1) Sentarse de modo que el pecho, cuello y cabeza ,estén erguidos y en línea recta.
2) Dominar los nervios de suerte que el ánimo esté tranquilo y la mente sosegada.
3) Respirar rítmicamente, repitiendo mentalmente, después de cada respiración, la palabra sagrada AUM o cualquiera otra, que considere sagrada la religión a que pertenezca el ejercitante.
4) Inspirar por la ventanilla izquierda de la nariz, teniendo tapada la derecha con el pulgar y la boca naturalmente cerrada, manteniendo al propio tiempo la mente fija en la corriente nerviosa que fluya por ida.
5) Retener el aliento tanto como sea posible al principio, hasta llegar sucesivamente a retenerlo durante doce, veinticuatro y treinta y seis segundos.
6) Espirar por la ventanilla derecha de la nariz, teniendo tapada la izquierda con el pulgar y la boca naturalmente cerrada, manteniendo la mente fija en la corriente nerviosa que fluye por pingala.
Desde luego que la observancia de estas reglas no es simultánea ni siquiera sucesiva en un mismo ejercicio, pues cada una de ellas requiere el dominio de lo que pudiéramos llamar su mecanismo antes de practicar completamente el ejercicio. Por lo tanto, la práctica necesita ensayos, y el primero ha de ser el de la posición del cuerpo, que se ha de asumir sin violencia ni molestia como si fuera del todo habitual. Si se encorvara el pecho, se encorvaría también la medula espinal y no podría la corriente pránica fluir libremente, con lo que la meditación sería de todo punto perjudicial. Se ha de tener muy en cuenta esta circunstancia.
En cuanto a la segunda regla no conviene practicar el ejercicio cuando el ánimo esté malhumorado, la mente cavilosa, o haya excitación nerviosa por temor, ansiedad, recelo, sospecha, duda y demás emociones atribuladoras.
La tercera regla se refiere a una práctica puramente preparatoria y predisponente al ejercicio, sobre todo en los principiantes, pues la manera de respirar que tienen la inmensa mayoría de las gentes es incompleta, irregular y no merece fisiológicamente el nombre de respiración. Por lo tanto, es necesario aprender a respirar rítmicamente en alternada inspiración profunda y espiración rápida, a fin de armonizar el organismo. Si la pronunciación mental de una palabra sagrada acompaña a los actos respiratorios, notará el ejercitante un bienestar, un descanso y sosiego mucho más intensos que los resultantes del sueño ordinario.
La perseverante práctica de este ejercicio de respiración rítmica y profunda cambiará ventajosamente la expresión del rostro, pues desaparecerán las arrugas, las patas de gallo, las ojeras, la dureza de líneas, con resultados muchísimo más eficaces en el orden estético que los que pudieran obtenerse del más habilidoso masaje.
Una vez acostumbrado el ejercitante a la respiración rítmica y profunda podrá emprender sin riesgo el ejercicio a que se refieren las reglas 4, 5 y 6, teniendo muy en cuenta que el pensamiento ha de acompañar indispensablemente a los movimientos y que el ejercicio sólo se ha de practicar cuatro veces por la mañana al levantarse y otras cuatro por la tarde al oscurecer, y siempre en un ambiente libre de malsanas emanaciones. Más adelante, cuando ya esté del todo adiestrado el ejercitante, podrá efectuar esta parte del ejercicio seis veces en vez de cuatro, pues no tropezará para ello con la menor dificultad.
Lo importante es la práctica regular y metódica a horas fijas, porque si se practicara irregularmente produciría funestas consecuencias. En cambio, la práctica regular y moderada, con el propósito de dominar cuerpo y mente para que sean más eficaces instrumentos del ego, y no con el egoísta deseo de obtener poderes psíquicos para emplearlos en beneficio propio, estimulará notablemente el perfeccionamiento del individuo y sobre todo será un restaurador de los nervios incomparablemente más eficaz que cuantos específicos haya inventado la industria farmacopea.
Cuando el ejercitante haya elevado su voluntad a un nivel suficiente para dominarse a sí mismo, cuando se haya liberado de todas sus limitaciones, entonces podrá despertar sin riesgo toda la energía kundalini y alcanzará la iluminación, el conocimiento intuitivo que no necesita libros, porque en su mente estará actualizado el infinito conocimiento, pues influida por la energía pránica actualizada en el chacra básico y ascendente por el sushumna hasta llegar al cerebro, órgano físico de la mente, se actualiza también la facultad de la intuición superior a la razón porque ve la verdad sin necesidad de argumentarla.
Dicen los yoguis que de todas las modalidades de energía que actúan en el cuerpo humano, la más intensa y eficaz es la que tiene por centro el cerebro. A esta energía le llaman ojas y de su cantidad depende la mayor o menor inteligencia, talento, prestigio y espiritualidad del individuo. Es posible que haya quienes a pesar de su galana elocuencia y de sus brillantes imágenes retóricas no emocionen al auditorio, mientras que otros en lenguaje llano y sencillo sin afeites retóricos logran impresionar profundamente y convencer y persuadir a los oyentes. Sin embargo, todo individuo posee mayor o menor cantidad de ojas almacenada en el cerebro, y todas las modalidades de energía psíquica actuantes en el organismo humano se revuelven finalmente en la superior modalidad de ojas.
Así afirman los yoguis que la modalidad sexual de energía, o sea la energía que preside las funciones de reproducción, puede transmutarse en energía mental, en ojas, y por esto se ha considerado siempre la castidad una virtud absolutamente indispensable para el adelanto espiritual y el logro del superior conocimiento. Sin embargo, no se ha de confundir la castidad con la continencia absoluta que fisiológicamente es imposible, pues la naturaleza derrama la sobrante energía sexual. La castidad puede ser también conyugal, y lo importante es no ceder a la concupiscencia por afán del deleite. No cabe duda de que la persona lujuriosa y sensual, en cuanto cede a los engañosos halagos de la concupiscencia, nota que se debilita mentalmente y pierde vigor moral. Así es indispensable ser casto en pensamiento, palabra y obra para que la Yoga Raja aproveche al ejercitante, pues fuera gravísimo peligro para el lujurioso.
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