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29 mar 2014

Raja Yoga, Swami Vivekananda: cap 6, MEDITACIÓN Y ÉXTASIS

CAPÍTULO VI - MEDITACIÓN Y ÉXTASIS

Todo conocimiento racional se refiere a la conciencia vigílica, es decir, que tenemos conciencia o conocimiento de la existencia de las cosas que sensoriamente percibimos.Pero al propio tiempo no somos conscientes de los órganos internos de nuestro cuerpo,es decir, no los percibimos por los sentidos ordinarios, aunque nadie sería capaz denegar su existencia, como nadie niega la de Londres, Nueva York o Tokio aunque jamás haya estado en estas capitales.

Comemos conscientemente los manjares, pero la asimilación de la substancia nutritiva es de todo punto inconsciente, pues aunque los experimentos fisiológicos la hayan comprobado indubitablemente, nadie nota ni puede notar el momento en que se efectúa la asimilación en su organismo; y sin embargo, sabemos que es obra nuestra, si bien inconsciente y en modo alguno obra ajena, pues todas las acciones reflejas pueden transmutarse en voluntarias. El corazón late sin que en su movimiento intervenga la voluntad; pero por medio de la perseverante práctica podrá el ejercitante dominar los latidos de su corazón, apremiando o retardando su ritmo y aun amortiguándolo en grado cercano a la suspensión.

Casi todos los órganos del cuerpo pueden someterse al imperio de la voluntad, lo cual demuestra que también es el individuo quien ejecuta las funciones reflejas, aunque las ejecuta sin darse cuenta.

Así vemos que la mente humana opera en dos distintos planos: en el de la conciencia vigílica, en el que toda acción va acompañada del sentimiento de egoencia, y en el de la inconsciencia, en el que el sentimiento de egoencia no acompaña a las acciones. Sin embargo, hay todavía un plano superior al de la inconsciencia y de la conciencia vigílica, en el que también puede operar la mente más allá de la conciencia vigílica, así como la inconsciencia está por debajo de la conciencia vigílica.

En el plano superconsciente tampoco acompaña a la percepción el sentimiento de egoencia que sólo interviene en el plano de la conciencia vigílica. Cuando la mente se eleva al plano de la superconciencia se halla en estado de éxtasis o samadhi. Pero ¿cómo conoceremos si un individuo está en samadhi, pues bien pudiera estar en un nivel inferior al de la conciencia vigílica y abatirse en vez de enaltecerse? En ambos casos la percepción no va acompañada de egoencia; pero por los resultados de la operación sabremos si ascendió o descendió respecto del plano de la conciencia vigílica.

Cuando el individuo duerme profundamente entra en el plano inferior al de la conciencia vigílica. Respira, se mueve el cuerpo sin que le acompañe el sentimiento de egoencia, y al despertar del sueño es el mismo hombre que antes de dormir, y nada ha ganado en conocimiento durante el sueño; pero cuando el individuo entra en samadhi, al salir de él posee conocimientos que no tenía al entrar.

Del estado subconsciente sale el individuo tal como se sumió en él, y del estado superconsciente o extático sale convertido en un sabio, un santo, un profeta, con todo su carácter cambiado. Si los efectos son diferentes, también han de serlo las causas; y como quiera que la  iluminación recibida en estado de samadhi es superior a todo cuanto puede proporcionar el razonamiento en la conciencia vigílica o el instinto en la subconsciencia, de aquí que al estado de samadhi se le llame también de éxtasis o superconciencia. 

Muy limitado es el campo de la razón y de las conscientes operaciones de la mente. No puede dilatarse. Todo intento para dilatarlo es vano; y no obstante, allende este campo están las cosas más queridas de la humanidad, las respuestas referentes a la existencia de Dios, a la inmortalidad del alma y a las condiciones y circunstancias de la vida futura. La razón no puede dar estas respuestas, pues dice que no acierta a afirmar ni a negar. Queda perpleja ante los argumentos favorables y los contrarios. Pero, sin respuestas categóricas a estas preguntas la vida no tendría natural finalidad. 

Todo cuanto hay de moral, noble, grande y elevado en esta vida, está sujeto a las respuestas provenientes de más allá de la conciencia vigílica. Por lo tanto, es importantísimo que recibamos respuesta a dichas preguntas. Si la vida fuese una breve comedia y el universo una fortuita combinación de átomos ¿por qué habríamos de beneficiar al prójimo? ¿De qué servirían la misericordia, la justicia y la caridad ? 

Lo mejor fuera entonces que cada cual se las agenciase como pudiese a expensas de los débiles. Si no hay esperanza en una vida mejor, ¿por qué he de amar al prójimo y no explotarle ? Si todo acaba con la muerte y no hay liberación de las penas del mundo, vale más evitarlas y pasar esta vida lo mejor que se pueda sin preocuparse de los demás. 

Afirman hoy algunos filósofos que el utilitarismo es el fundamento de la moral, y consiste según ellos este fundamento en procurar la mayor felicidad imaginable al mayor número de seres humanos que sea posible. Pero, ¿por qué lo hemos de procurar así? ¿Por qué no he de procurar la mayor infelicidad para el mayor número si de este modo obtengo el máximo provecho? ¿Cómo responderán los utilitaristas a esta pregunta? ¿Cómo distinguir la justicia de la iniquidad? 

Si el individuo se siente movido por el deseo de bienestar y lo satisface sin conocer nada más allá de esta vida, ¿por qué ha de compadecerse de los demás? ¿De dónde vienen todas esas verdades referentes a la moralidad, a la existencia de Dios, al amor y simpatía, a la bondad y al inegoísmo? Toda la moral, toda recta acción, todo noble pensamiento dimanan del inegoísmo y esta sola palabra resume el concepto de la vida humana. 

¿Por qué hemos de ser inegoístas? ¿Dónde está la necesidad o la fuerza que me obligue a ser inegoísta? Podrán decir los utilitaristas que su doctrina es racional, pero si no demuestran la razón de la utilidad les responderé que es muy irracional. Que me demuestren por qué no he de ser egoísta. Que me digan dónde está la utilidad que puede reportarme ser inegoísta. Mi utilidad es precisamente ser egoísta si la utilidad consiste en el máximo de bienestar. El utilitarista no puede responder satisfactoriamente a estas objeciones.La respuesta está en que este mundo es tan sólo una gota de un infinito océano, un eslabón de una cadena sin fin. ¿Dónde adquirieron la idea del inegoísmo los que la enseñaron y predicaron a la humanidad? Sabemos que no es intuitiva, porque los animales en quienes predomina el instinto no conocen el inegoísmo.Tampoco pudo provenir del raciocinio porque la razón nada tiene que ver con el inegoísmo. ¿De dónde provino?

La historia nos enseña que cuantos instructores religiosos ha habido en el mundo, declararon que adquirieron las verdades que enseñaban en los planos superiores al de la conciencia vigílica, y que las recibieron por conducto de un ángel, de un deva o que las oyeron en sueños; pero ninguno dice que las adquiriera a fuerza de argumentar. Sobre este punto enseña la ciencia de la Yoga que los instructores aprendieron las verdades espirituales sin valerse del raciocinio, pero que no las recibieron por mediación de ángeles o devas ni mensajero alguno sino que brotaron de su interior. 

Enseñan los yoguis que la mente puede actuar en un plano superior al de la conciencia vigílica, en el plano superconsciente, y que cuando la mente alcanza este nivel actualiza el hombre trascendentales conocimientos metafísicos. A veces puede un individuo transportarse sin darse cuenta al estado extático y entonces le parece que lo ha transportado una fuerza superior, y así se explica que una inspiración o conocimiento trascendental puede ser el mismo en diferentes países, pero en un país parecerá haberlo comunicado un ángel, en otro un deva y en otro el mismo Dios. Esto significa que la mente actualiza el conocimiento ya latente en su propia naturaleza y que esta actualización del conocimiento se ha interpretado según las creencias del individuo que lo manifestó. 

Afirman los yoguis que es muy peligroso transportarse por accidente al estado extático o de superconciencia, pues arriesga perturbar el cerebro, y se ha observado que todos cuantos sin darse cuenta se colocaron en estado de éxtasis, al recobrar la conciencia vigílica mezclaron no pocas supersticiones con el conocimiento adquirido y tomaron por realidad las alucinaciones. 

Mahoma aseguraba que el arcángel Gabriel se le había aparecido en la cueva donde se entregaba a la oración, y que a lomos del celeste caballo Harak le había llevado a visitar los cielos. En esta simbólica forma de expresión se oculta algo de verdad, y lo mismo se observa al leer el Corán, que contiene admirables verdades mezcladas con groseras supersticiones. Esto se explica porque Mahoma alcanzó fortuitamente el estado extático, sin previa disciplina y desconocía la razón de lo que estaba haciendo. Así por una parte hizo un gran bien a la humanidad aboliendo la idolatría y por otra le causó graves daños con su implacable fanatismo. No obstante, al leer las vidas de instructores como Mahoma, nos convencemos de que estaban inspirados, pues siempre que un profeta se coloca en éxtasis por elevación de su naturaleza emocional, no solamente vuelve a la conciencia vigílica con alguna verdad sino también con alguna superstición que perjudica a las gentes tanto como las pueden favorecer las enseñanzas. 

Para encontrar la causa de las incongruencias de la vida humana hemos de trascender la razón, pero científicamente, lentamente, por regular práctica, desechando toda superstición. Hemos de estudiar el estado de superconciencia como cualquier otro objeto de conocimiento. En la razón hemos de apoyarnos y a la razón hemos de seguir mientras con acierto nos guíe, y cuando ya no pueda guiarnos más allá, nos mostrará el camino del superior plano de conciencia. 

Cuando alguien diga que está inspirado y hable contrariamente a la razón, no hemos de darle crédito, porque los estados subconsciente, consciente y superconsciente pertenecen todos a una misma mente. No tiene el hombre tres mentes sino tres estados de una sola mente, y de inferior a superior se van transmutando estos estados uno en otro. El instinto se transmuta en razón y la razón en intuición o conocimiento superconsciente, por lo que no pueden contradecirse uno a otro. La verdadera inspiración nunca contradice a la razón. Por el contrario, la corrobora y completa.

Las diferentes etapas de la Yoga Raja propenden a conducirnos científicamente al estado de superconciencia, de éxtasis o samadhi. Por otra parte, se ha de tener en cuenta que la inspiración es tan peculiar de cada ser humano como lo fue de los antiguos profetas, que eran tan hombres como nosotros; pero eran perfectos yoguis que lograron elevarse al nivel de la superconciencia, y también podemos todos elevarnos al mismo nivel, pues desde el momento en que un hombre alcanza el estado superconsciente, prueba es ello de que todo ser humano tiene la posibilidad de alcanzarlo. 

La experiencia es nuestro mejor maestro, y aunque razonemos y argumentemos toda la vida, no nos será posible percibir la verdad hasta personalmente experimentarla. No es posible que la sola lectura y estudio de la patología y clínica quirúrgicas conviertan al estudiante en hábil cirujano ni tampoco se satisface el deseo de visitar un país mirándolo en el mapa. Horrible blasfemia es decir que todo el conocimiento que el hombre puede tener de Dios está comprendido en talo cual libro. 

¿Cómo se atreven los hombres a decir que Dios es infinito, y al propio tiempo 
comprimirlo bajo las tapas de un libro? Millares de gentes murieron en el tormento y en las hogueras por no creer en todo lo que dicen las Escrituras sagradas de las religiones, porque no veían encerrado todo el conocimiento de Dios en las páginas de un libro por sagrado que se le considerase. Por supuesto que ya no se quema ni se mata a nadie por cuestiones religiosas, pero todavía están muchísimas gentes esclavizadas a la letra de los libros sagrados sin escudriñar su espíritu. 

Para llegar al estado de superconciencia de una manera normal, es preciso pasar por las descritas etapas de la Yoga Raja. A la concentración ha de seguir la meditación. Cuando la mente está acostumbrada a mantenerse fija en un solo punto interno o externo, tiene la facultad de pensar sin interrupción en el objeto en que se fija; y cuando este continuo pensamiento se aplica al significado interno del objeto, prescindiendo de su percepción externa, se llama samadhi o superconciencia. El conjunto de los tres estados de dharana, dhyana y samadhi constituyen lo que se denomina en sánscrito samyama, o sea cuando la mente se concentra en un objeto y es 
capaz de mantenerse así concentrada durante largo rato y escudriñar el interno significado del objeto en que se mantiene concentrada, prescindiendo de su externa percepción. Este meditativo estado es el superior a que puede llegar el hombre en la vida. Mientras haya deseo no es posible la verdadera felicidad, pues sólo el examen contemplativo del objeto allega felicidad. 

El animal tiene su felicidad en los sentidos. El hombre ordinario en el intelecto. El hombre perfecto en la contemplación espiritual. Para quien nada desea, y contempla como testigo el mundo exterior, los múltiples cambios de la naturaleza son un hermoso y sublime panorama. Estas ideas se han de comprender en dhyana o me.ditación. Al oír un sonido tenemos ante todo la vibración acústica. Después el nervio del oído la conduce al centro cerebral, de donde pasa a la mente y de ella a la percepción del ego, quien reacciona y reconoce el objeto puesto en vibración. Estas fases del fenómeno auditivo se llaman : sonido (sabda), significado (artha) y conocimiento (jnana). En tecnicismo fisiológico se llaman: vibración, transmisión nerviosa y reacción mental. Pero las tres fases del fenómeno se identifican tan por completo que no es posible percibirlas por separado. 

Pero cuando ya del todo disciplinada tiene la mente la facultad de percepción sutil puede aplicarse a la meditación, empezando por objetos densos y siguiendo por los sutiles hasta meditar sin necesidad de objeto material. Dicho de otro modo, la mente debe ocuparse primero en percibir las externas causas de las sensaciones, después los movimientos internos y por último su propia reacción. Cuando la mente logre percibir las externas causas de las sensaciones, tendrá la facultad de percibir las formas sutiles que no puede percibir con los sentidos físicos. Cuando haya percibido los movimientos internos, podrá gobernar las ondas mentales, propias y ajenas, antes de que se transmuten en energía física; y cuando la mente sea capaz de percibir la reacción mental tendrá el yogui el conocimiento do todas las cosas, porque habrá descubierto la esencial naturaleza de su mente que estará entonces bajo su dominio. 

De muchos poderes psíquicos dispondrá a la sazón el yogui, pero si emplea cualquiera de ellos con fines egoístas o siniestros se cerrará el camino de ulterior adelanto. En cambio, si no hace mal uso de sus facultades taumatúrgicas, logrará suprimir toda agitación tumultuosa, en el océano de su mente, y en su tranquila superficie se reflejará su alma. Entonces se conocerá el yogui a sí mismo, se conocerá tal como es y como ha sido siempre. Cada una de las etapas que conducen al estado superconsciente se ha de practicar con rigurosa exactitud para obtener el anhelado fin, en que cese toda aflicción y el alma quede por siempre liberada de la esclavitud de la materia. 

Todo ser viviente ha de alcanzar el estado de samadhi al término del presente ciclo de evolución.

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