Páginas

11 abr 2020

El hombre moderno y el yoga. El espíritu del Hatha Yoga. André Van Lysebeth (Aprendo yoga parte II)

Del libro "Aprendo Yoga" de Andre Van Lysebeth





El hombre moderno y el yoga 


¡Nuestra época es fantástica! 

Jamás la humanidad había conocido una evolución tan explosiva. Nuestras realizaciones sobrepasan los sueños de nuestros antepasados. Icaro está eclipsado por nuestros cosmonautas. Nuestros sabios van al corazón del átomo para arrancar los secretos mejor guardados de la naturaleza y domestican la energía nuclear. Nuestra existencia se asemeja a un cuento de hadas, si la comparamos a la de los siglos precedentes. ¡Qué pena que estemos hastiados! 

Es trivial sentarse en un Boeing y sobrevolar el Polo, confortablemente instalado en un sillón, mientras que tal vez, bajo el hielo, cruza un submarino atómico. Y en el avión... dormimos...


¡Sin necesidad de remontarnos a los Galos, pensemos en la admiración de Luis XIV si hubiese podido ver un televisor, o simplemente un grabador de cinta magnética! 

Niños mimados, nos quejamos si las imágenes que nos transmite el Telstar son poco nítidas. 

El uso del automóvil ha llegado a ser tan común que nos parece lo más natural desplazarnos a 140 km por hora por nuestras autopistas. 


Marcamos un número sobre un disco y en el otro extremo del hilo, a centenares de kilómetros, incluso a miles de kilómetros, una voz amada nos responde. ¡A menos que no sea la del inspector de contribuciones! Pasamos al lado de tantos milagros cotidianos que encontramos todo esto normal y ordinario y ya nada nos llama la atención. Gracias a nuestros sabios, ingenieros y técnicos, reina en nuestras casas calefaccionadas automáticamente una temperatura siempre uniforme. Bien vestidos, bien alimentados, vivimos en el lujo. Los industriales, atentos a nuestros menores deseos, crean para nuestro confort y nuestro placer, infinidad de utensilios destinados a hacernos la vida cada vez más fácil y agradable. Llegan hasta inventarnos nuevas necesidades... En resumen, un paraíso terrestre comparado con la prehistoria. ¡La edad de oro!



Pero hay un pero...

Observemos la multitud anónima que desfila por nuestras calles saturadas. Observe esos rostros lúgubres, preocupados, esos rasgos fatigados no iluminados por ninguna sonrisa. Mire esas espaldas encorvadas, esos tórax estrechos, esos vientres obesos. ¿Son felices todos esos civilizados? Ya no tienen hambre ni frío, por lo menos la mayoría, pero necesitan píldoras para dormir, comprimidos para evacuar sus intestinos perezosos, calmantes para sus dolores de cabeza y tranquilizantes para soportar la existencia. Aislados de la naturaleza, hemos realizado la proeza de contaminar el aire de nuestras ciudades, nos hemos encerrado en nuestros despachos y hemos desnaturalizado la alimentación. El duro combate por el dinero ha endurecido nuestros corazones, ha impuesto silencio a nuestros escrúpulos, ha pervertido nuestro sentido moral. Las enfermedades mentales hacen estragos cada día mayores, en tanto que se multiplican las enfermedades de degenerescencia (tendencia a la degeneración): cáncer, diabetes, infarto, provocando sombrías siegas en nuestras «élites». La degenerescencia biológica se acentúa a una cadencia aterradora que no parece «aterrar» a nadie y que ni siquiera advertimos. Tranquilizadoras estadísticas nos dicen que nuestras probabilidades de vida han aumentado en equis años; pero, inconscientes, no nos damos cuenta que dilapidamos en pocas generaciones un patrimonio hereditario acumulado desde centenares de miles de años. La civilización, al suprimir la selección natural, permite la multiplicación de individuos tarados; en tanto que, como consecuencia del confort, el hombre ya no utíliza sus mecanismos de adaptación y de defensa natural y se debilita. 


¿Cómo detener esta degenerescencia? 

Aun nuestra medicina, aunque constantemente en progreso, es impotente. Ha adquirido, sin embargo, un capital de conocimientos que suscitan nuestra legítima admiración y orgullo. Ha eliminado flagelos como la peste, la viruela, la difteria, para no citar sino éstos. Además de los antibióticos, nos ofrece una multitud de remedios eficaces y cada día descubre otros nuevos. Nuestros cirujanos realizan prodigios cotidianos; ¡pensemos en las operaciones a corazón abierto! 


Pero todo esto no basta. Por el contrario, los mismos progresos de la medicina dan a los civilizados una feliz impresión de seguridad. Creen que todo les está permitido; ningún exceso los asusta, nada les detiene. ¿Cae uno enfermo? «Basta» con ir al cúralotodo; a él le corresponde reparar los desgastes rápidamente; es su oficio, se le paga para eso. No quieren darse cuenta de que su erróneo modo de vivir es el causante de la mayoría de sus males, y que mientras no consientan en modificarlo, los médicos, a pesar de su ciencia y de su abnegación, no podrán asegurarles sino una salud precaria entre dos enfermedades. Una «civilización» que desemboca en la degenerescencia de la especie y de los individuos sin siquiera procurar una apariencia de dicha, debe ser considerada en quiebra. 


Prisioneros de la civilización, ¿qué podemos contra este rodillo compresor? ¿Renunciar a nuestra ciencia, a nuestra técnica, a nuestra vida civilizada? ¿Dinamitar las usinas, quemar los libros, encerrar a los sabios y a los técnicos, volver a las cavernas y bosques de la prehistoria? 

Imposible. Inútil. Por lo demás, tenemos derecho a estar orgullosos de nuestra ciencia y de nuestras realizaciones. No debemos renunciar a la civilización; por el contrario, debemos beneficiarnos al máximo de sus ventajas y buscar, al mismo tiempo, cómo eliminar sus inconvenientes.



UN REMEDIO: EL YOGA 

La solución pasa necesariamente por el individuo. Nos podemos preguntar: «¿Qué representa el individuo ais­lado, qué importancia tiene frente a la masa?» Poca cosa, en apariencia. Pero la situación no puede mejorar, el problema no puede resolverse sino en la medida en que cada uno se constriña a una disciplina personal, de la que el yoga constituye, sin lugar a dudas, la forma más práctica, la más eficiente, la mejor adaptada a las exigencias de la vida moderna. «Si quieres cambiar el mundo, comienza por cambiarte a ti mismo». Gracias al yoga, el civilizado puede volver a encontrar la alegría de vivir. El yoga le proporciona salud y longevidad mediante los asanas que devuelven la flexibilidad a la columna vertebral, verdadero eje vital, calman sus nervios sobreexcitados, relajan sus músculos, vivifican sus órganos y sus centros nerviosos. El pranayama (ejercicios respiratorios) proporciona oxígeno y energía a cada célula, purifica el organismo quemando los desechos, expulsa las toxinas, en tanto que la relajación le permite preservar la integridad de su sistema nervioso, lo previene contra la neurosis y lo libera del insomnio.


Para el adepto del yoga, el cuidado del cuerpo es un deber sagrado. 


El yoga afirma que es fácil mantenerse en buena salud, que basta con modificar algunas costumbres convencionales erróneas. responsables de un número incalculable de males, de miserias y de decesos prematuros. La salud es un derecho de nacimiento; es tan natural tener buena salud como nacer: la enfermedad tiene su origen en la negligencia, la ignorancia o la transgresión de las leyes naturales. 


En el sentido yóguico del término, la enfermedad es un pecado físico y se considera al enfermo tan responsable de su mala salud como de sus malas acciones. Pyle observaba ya que «los humanos que tratan su cuerpo como les place, infringen las reglas de la vida sana, que deberían conocer a fondo; son pecadores físicos. Las leyes de la salud no son ni restrictivas ni sofocantes. Por el contrario, son simples, poco numerosas, y nos procuran gran libertad al liberarnos de una multitud de trabas que impiden que nuestras propias fuerzas se manifiesten en su integridad, impidiéndonos así gozar plenamente de la vida.» aunque simples, los métodos y preceptos del yoga son racionales y científicos.


Se podría temer incluso que su simplicidad y su facilidad de aplicación condujeran deplorablemente a descuidar esos méto­dos, privándonos así de los maravillosos efectos benéficos que procura su práctica continua y cuidadosa. 


Este libro le proporciona estos métodos de probada eficacia a lo largo de miles de años. El autor le transmite la tradición yóguica tal como tuvo el privilegio de recogerla de sus Maestros, enriquecida por veinte años de práctica personal ininterrumpida. 

Este libro es ante todo didáctico: no se pierde en teorías, sino que permanece en el terreno de la práctica. Repetiremos con Swami Sivananda: «Una onza de práctica vale más que toneladas de teoría».






EL ESPÍRITU DEL HATHA YOGA


Cualquiera, ateo o creyente, puede practicar con éxito el Hatha-Yoqa, porque no es una religión y su práctica no exige ni presupone la adhesión a ninguna filosofía particular, a ninguna iglesia o creencia. Se lo puede considerar como una simple disciplina psicosomática única en su género, de una eficacia inigualada.

Por ser el Hatha-Yoqa un conjunto de técnicas es neutro por definición; pero seria un lamentable error no considerar si no este aspecto técnico e ignorar el espíritu en el que los grandes Sabios y Rishis de la India antigua lo han concebido, espíritu que le confiere una indiscutible nobleza. Nadie lo ha definido mejor que Swami Sivananda en las lineas siguientes:



"S¡ se admite que el hombre es, en realidad, un espíritu incorporado a la materia, una unión completa con la Realidad exige la unidad de estos dos aspectos. Hay mucho de verdad en la doctrina que enseña que el hombre debe extraer lo mejor de los dos mundos . No existe ninguna incompatibilidad entre los dos, a condición que la acción sea conforme a las leyes universales de la manifestación, la doctrina que pretende que la felicidad en el más allá no puede ser obtenida sino por la ausencia de goce aquí abajo, o por la búsqueda deliberada del sufrimiento y de la mortificación, debe ser tenida por falsa, la felicidad aquí abajo y la bendición de la Liberación, tanto sobre la tierra como en el más allá, pueden ser alcanzadas haciendo de cada acto humano y de cada función un acto de adoración.


Así el sadhak (el adepto) no obra con un sentimiento de separación. Considera que su vida y el juego de todas sus actividades no es una cosa aparte, que deba conservar y perseguir egoístamente para su propia causa, como si el goce pudiera extraerse de la vida por su propia fuerza, sin ayuda.


Por el contrario, la vida y todas sus actividades deben ser concebidas como una parte de la acción sublime de la Naturaleza. Percibe que en el ritmo de las pulsaciones de su corazón, se expresa el canto de la Vida Universal. Descuidar o ignorar las necesidades del cuerpo, tenerlo por una cosa no divina, es descuidar y negar la Vida más qrande, de la cual forma parte, es falsificar la doctrina de la
Unidad y de la identidad última de la materia y del Espiritu. Gobernados por tales conceptos, aun las más humildes necesidades físicas adquieren una significación cósmica.

El cuerpo es la Naturaleza: sus necesidades son las de la Naturaleza: cuando el hombre se regocija, es la shakti la que goza a través de él. 

En todo lo que ve y hace es la Naturaleza nuestra madre, la que obra y mira; el cuerpo entero y todas sus funciones son manifestación suya. Realizarla plenamente consiste en hacer perfecta esta manifestación que es él mismo.

El hombre que busca dominarse, debe hacerlo en todos los planos - físico, mental y espiritual- porque todos están en relación, no siendo sino aspectos diferentes de la misma Conciencia Universal que lo impregna.


¿Ouién tiene razón? ¿el que descuida y mortifica su cuerpo para obtener una pretendida superioridad espiritual, o el que cultiva los dos aspectos de su personalidad como formas diferentes del espíritu que la habita? Por las técnicas del Hatha-Yoqa, el adepto busca adquirir un cuerpo perfecto, que llega a ser el instrumento adecuado para el funcionamiento armonioso de la actividad mental.

El Hatha-Yogui desea adquirir un cuerpo sólido como el acero, sano, exento de sufrimientos y capaz de vivir largo tiempo. Dueño de su cuerpo. quiere vencer a la muerte. En su cuerpo perfecto goza de la vitalidad de la juventud. Más aún, quiere someter a la muerte a su voluntad, y habiendo cumplido su destino terrestre, con un gran gesto de disolución abandona este mundo a la hora escogida."


Practicar el Hatha-Yoga no significa de ningún modo aceptar esta doctrina: pero, además de que esta doctrina revela el estado de espíritu de los verdaderos Hatha-Yoquis, disipa también ciertos prejuicios extendidos por Occidente, especialmente el de considerar los asanas como una acrobacia insensata, inútil, incluso peligrosa, o creer que los yoguis adoptan ciertas posiciones que parecen dolorosas con intención de mortificación, lo serían tal vez para un no-iniciado, pero para el adepto entrenado jamás son causa de sufrimiento: ¡al contrario!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.