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23 mar 2014

Raja Yoga, Swami Vivekananda: cap 1, LAS PRIMERAS ETAPAS

CAPÍTULO I - LAS PRIMERAS ETAPAS 

La Yoga Raja se divide en ocho etapas, grados o trechos del sendero, conviene a saber: 

1) Yama. 
2) Niyama. 
3) Asana. 
4) Prânâyâma. 
5) Pratyâhâra. 
6) Dhârâna. 
7) Dhyana. 
8) Samadhi. 

Yama consiste en no matar ni hurtar ni mentir ni fornicar y no recibir dádivas. 

Niyama equivale a la pureza, contento, rectitud, estudio y completa entrega a Dios. 

Asana es la posición o postura corporal en que se ha de colocar el ejercitante. 

Pranayama es el gobierno o regulación del aliento. 

Pratyâhâra es el desasimiento de los sentidos de los objetos de sensación. 

Dhâranâ consiste en fijar la mente en determinado objeto. 

Dhyâna ,equivale a meditación. 

Samâdhi es el éxtasis o estado de superconciencia. 

Yama y Niyama son disciplinas morales sin cuyo perfecto dominio es inútil y aun  perjudicial entregarse a las prácticas de la Yoga Raja. Una vez establecidas firmemente Yama y Niyama, podrá el ejercitante obtener algún fruto de la práctica, pero sin ellas no obtendrá resultado positivo. El ejercitante no ha de dañar absolutamente a nadie, ni hombre ni animal ni vegetal ni  mineral por pensamiento, palabra u obra. 

Para llegar a los grados superiores se requieren ciertos ejercicios físicos y mentales cotidianamente practicados, por lo que es necesario colocarse en una postura que pueda soportarse sin fatiga largo rato. Desde luego que no es posible indicar determinada postura para todos los ejercitantes, pues la que para unos sea cómoda para otros será incómoda, y así cada cual ha de asumir la que mejor le convenga para mantenerse en ella sin molestia todo el tiempo que dure el ejercicio. 

Las corrientes nerviosas han de tomar nueva dirección y se establecerá una nueva tónica vibratoria, de modo que se transmutará toda la constitución física. La mayor parte de la actividad se situará en la columna vertebral, por lo que la única condición indispensable en la postura que se adopte, ha de ser que pecho, cuello y cabeza se mantengan erguidos en línea recta sin desviar en lo más mínimo la columna vertebral y dejando que el peso del tronco recaiga en las costillas. 

No es posible tener muy nobles pensamientos, con el pecho hundido y la cabeza gacha. Este grado de la Yoga Raja es algo semejante a la Yoga Hatha que trata especialmente de la salud y vigor del cuerpo físico. 

No hemos de referirnos para nada a la Yoga Hatha en este libro, porque sus prácticas son muy difíciles y no pueden aprenderse en un día ni propenden al perfeccionamiento espiritual. 

La práctica o ejercicio llamado de la purificación de los nervios está repudiada por algunos tratadistas que no la consideran propia de la Yoga Raja; pero una tan prestigiosa autoridad como Sankara la admite y aconseja en sus comentarios al upanishad Svetasvatara, en los siguientes términos: "Cuando Prânâyâma elimina toda escoria de la mente, se fija en Brahman. Primero se han de purificar los nervios y después se puede practicar la prânâyâma. Al efecto, se tapa la ventanilla derecha de la nariz con el pulgar y se inspira el aire por la ventanilla izquierda, y sin interrupción se tapa con el pulgar la ventanilla izquierda para espirar el aire por la derecha. Luego se tapa la ventanilla derecha para inspirar por la izquierda y espirar por la derecha tapando la izquierda. "Se repite alternativamente este ejercicio unas cinco veces en las siguientes horas del día: antes del alba, al mediodía, al ponerse el sol, y a medianoche. "Al cabo de un mes de continuada práctica respiratoria están purificados los nervios y puede procederse al ejercicio del prânâyâma." 

La práctica es absolutamente necesaria. Por mucho que se oiga o se lea acerca de la Yoga Raja, no se adelantará un paso sin la práctica. Nunca se aprende bien una cosa hasta que personalmente se experimenta, y las teorías por sí solas más bien entorpecen que estimulan la práctica. 

La primera dificultad con que tropieza la práctica de la Yoga Raja es un cuerpo enfermizo, pues sin cabal salud será en vano intentar la práctica; y así conviene tener mucho cuidado con el régimen alimenticio y cumplir rigurosamente las leyes de la higiene física y mental, sin olvidar que la salud es uno de los medios de llegar al fin. Si la salud fuese el fin retrocederíamos al reino animal, etapa en que la mente es embrionaria e instintiva. 

La segunda dificultad es la duda. Siempre dudamos de lo que no vemos. El hombre no puede confiar en meras palabras por mucho que se esfuerce; y así, quien por vez primera oye hablar de la práctica de la Yoga Raja, duda de la verdad de lo que se le dice; pero si emprende los ejercicios no tardará en recibir un vislumbre de la verdad que le aliente y estimule a proseguirlos con esperanza de venturoso éxito. 

Dice un comentador de la filosofía yoguista: "Cuando el ejercitante obtenga una prueba por débil' que sea, despertará su fe en las enseñanzas de la Yoga." Después de algunos meses de perseverante práctica, notará el ejercitante que puede leer el pensamiento ajeno en forma de imágenes mentales; y acaso oiga algo de lo que otros hablen en diferentes lugares, si concentra la mente con deseo de oír. Percibirá el ejercitante todos estos vislumbres poco a poco y en corta medida al principio, aunque lo bastante para infundirle fe, fortaleza y esperanza. 

Si concentra el ejercitante la mente en la punta de la nariz, al cabo de algunos días de perseverar en este ejercicio, percibirá fragantes olores en prueba de que es posible recibir sensaciones sin mediación de los órganos físicos. 

Sin embargo, se ha de tener en cuenta que todas estas cosas, al parecer sobrenaturales y maravillosas, no son en modo alguno la finalidad sino los medios de la Yoga Raja, pues la finalidad es la liberación del alma de la rueda de muertes y nacimientos, con el absoluto dominio de la materia. 

Hemos de ser dueños y no esclavos de la naturaleza material. Ni el cuerpo ni la mente han de dominarnos, pues el cuerpo es nuestro y no somos del cuerpo. Refiere la leyenda que una vez acudieron un deva y un demonio a un sabio para que les enseñara cuál era la naturaleza del Ser. Ambos estudiaron largo tiempo con el sabio, quien al fin les dijo: 
-Vosotros mismos sois el Ser que andáis buscando. 
El deva y el demonio creyeron que sus cuerpos eran el verdadero Ser a que el sabio se refería, y ambos se restituyeron a sus respectivas esferas, muy satisfechos, y dijeron a sus compañeros:
- Hemos aprendido todo cuanto había que aprender. Comamos, bebamos y 
holguémonos. Somos el Ser y nada hay más allá de nosotros mismos. 
El demonio era por naturaleza ignorante, de mente oscura, y sin ulterior investigación permaneció satisfecho con la idea de que el cuerpo era su verdadero ser. Pero la naturaleza del deva era pura, y aunque al principio cometió el error de identificarse con su cuerpo y entregarse a todo linaje de goces, no tardó en conjeturar que no se había referido su sabio instructor al cuerpo, al decirles que ellos mismos eran el Ser que andaban buscando, sino que debía de ser algo superior. 
En consecuencia, recurrió de nuevo al sabio y le dijo: 
- Señor; me enseñaste que este mi cuerpo era el verdadero Ser; pero yo veo que todos los cuerpos mueren, y el Ser no puede morir. 
El sabio le respondió: 
- Conócete a ti mismo. Tú eres Aquello. 
El deva regresó a su esfera creído de que la mente era el Ser; pero no tardó en observar que los pensamientos eran variables, unas veces buenos, otras malos, y que la mente era demasiado voluble e inconstante para que fuera el Ser. 
El deva recurrió de nuevo al sabio y le dijo: 
- Señor; no creo que la mente sea el Ser. Me dijiste que lo es. 
El sabio repuso: 
- No te dije tal. Conócete a ti mismo. Tú eres Aquello. 
El deva regresó a su esfera y al fin reconoció que era el Ser más allá del cuerpo y de la mente. 
Así supo el deva que el espíritu, el verdadero Ser es eterno, sin nacimiento ni muerte, que ni espada le hiere ni agua le moja ni fuego le abrasa ni aire le orea; que es infinito, omnisciente, intangible, omnipotente y trasciende al cuerpo ya la mente. 
De esta suerte quedó satisfecho, mientras que el pobre demonio no llegó a conocer la verdad por su ciega afición al cuerpo. 

En este mundo hay muchos cuya naturaleza es semejante a la del demonio de la leyenda, pero también hay algunos de la naturaleza del deva. Si alguien enseña el modo de acrecentar la posibilidad de goces corporales, acudirán muchísimos a escucharle, pero si se propone mostrar la senda que conduce a la meta suprema, tendrá escasos oyentes. 

Pocos son los capaces de comprender las cosas espirituales y menos todavía los que tienen paciencia para alcanzarlas; pero hay algunos que saben que aun si el cuerpo viviese mil años el resultado final sería el mismo. 
El cuerpo físico cambia lenta e incesantemente y nadie es capaz de impedir ni por un momento esta alteración de su cuerpo, que sin remedio ha de desintegrarse cuando cesen las fuerzas que lo mantienen. 

Dice el texto: 
"Como sin cesar se mudan las aguas de un río, así se muda el cuerpo". Sin embargo, se ha de conservar sano y robusto el cuerpo, porque es el mejor instrumento de que disponemos. El ser humano supera a todos los de la creación, y aun los devas han de pasar por el reino humano para alcanzar la liberación, pues no la pueden alcanzar como devas. 

Dicen los judíos y los mahometanos que el hombre fue la corona de la creación, pues lo creó Dios después de haber creado a los ángeles y a los animales, y después de crearlo, les mandó a los ángeles que lo saludaran, y todos obedecieron menos Iblis, a quien Dios maldijo y se trocó en Satanás. Esta alegoría encubre la verdad de que no cabe mayor nacimiento que el en cuerpo humano. 

En la materia constitutiva del cuerpo de los animales predomina la de índole tamásica, y así es que no pueden tener nobles pensamientos. En la materia constitutiva del cuerpo de los devas predomina la de índole sátvica, por lo que no pueden tener malos pensamientos. Pero como la liberación es el fruto de la victoria de la naturaleza superior sobre la inferior, y en los animales predomina la inferior y en los devas la superior, necesario es que animales y devas pasen por el reino humano en el que se entabla con fuerzas relativamente iguales la lucha entre la naturaleza superior y la inferior, cuyo final resultado ha de ser la liberación. 

En la sociedad humana vemos también que la opulencia por un extremo y la indigencia por otro son impedimentos en el sendero de perfección. El término medio es siempre el mejor. 

El ejercicio llamado prânâyâma tiene por objeto la regulación y dominio del aliento respiratorio. El aliento es como el volante de la máquina corporal. En las máquinas de vapor, el volante almacena y regula la energía mecánica y fuerza motora en que se transmutó la calorífica empleada en la producción del vapor de agua que mueve el émbolo que a su vez hace girar el volante, cuyo movimiento se transmite uniformemente a todas las máquinas herramientas. De la propia suerte, el aliento es en el mecanismo humano el volante que proporciona la fuerza motora a todos los órganos del cuerpo. 

En tiempos antiguos cayó en desgracia el favorito de un poderoso monarca, quien lo condenó a prisión perpetua en lo alto de una torre. Pero la fiel esposa del ministro caído se dió traza para ponerse de noche al habla con su marido y preguntarle qué podría hacer para salvarle. El preso le respondió que a la noche siguiente volviera al pie de la torre con una larga cuerda, un trozo de hilo de empalomar, otro de bramante, un hilo muy largo de seda, un escarabajo y un poco de miel. Aunque muy extrañada de semejante encargo, la fiel esposa compareció a la noche siguiente al pie de la torre, provista de todo cuanto le había pedido su cónyuge, quien le dijo que atara firmemente el hilo de seda al escarabajo cuyas antenas había de untar con miel, y que lo colocara sobre la pared de la torre en dirección hacia arriba. El escarabajo, querencioso de la miel anduvo lentamente por la pared de la torre hasta lo alto, en donde el preso se apoderó del hilo de seda, y le dijo a su mujer que lo atara por el otro extremo al hilo de empalomar del que también se apoderó, repitiendo sucesivamente el procedimiento con el bramante y por último con la cuerda, que le sirvió para descolgarse de la torre y escapar . 

Así puede compararse en nuestro cuerpo el aliento al hilo de seda que facilita la función de los nervios, después la de la mente y, por último, la de prana, cuyo dominio nos confiere la liberación. 

No conocemos ni podemos conocer gran cosa acerca de nuestro cuerpo, a pesar de las autopsias y las vivisecciones, porque nuestra atención no acierta a discernir los delicados movimientos que se operan en nuestro organismo corporal. Sólo seremos capaces de observar estos movimientos cuando la mente se sutilice lo bastante para penetrar en las profundidades de la vida orgánica. Para percibir lo sutil hemos de empezar por percibir lo denso y dominar la prana o fuerza motora del organismo, y la más notoria manifestación de esta fuerza es el aliento respiratorio. Así, junto con el aliento podremos entrar en el cuerpo y observar las corrientes nerviosas que circulan por todo el organismo.

Estas corrientes nerviosas mueven la mente; y por lo tanto, dominando la prana o energía vital, seremos capaces de dominar cuerpo y mente. El dominio de la prana se logra por medio del prânâyâma, cuyo ejercicio requiere varias lecciones prácticas, porque el razonamiento no nos dará la prueba que hemos de experimentar personalmente. 

Tan pronto como el ejercitante note la actuación de las corrientes nerviosas, se le desvanecerá toda duda y proseguirá el ejercicio completamente seguro de su éxito final. Se ha de practicar el ejercicio por lo menos dos veces al día, una por la mañana al levantarse y otra por la noche antes de acostarse, o mejor en los crepúsculos matutino y vespertino, que son las horas de mayor tranquilidad y calma. 

Se han de practicar los ejercicios antes de almorzar y de cenar, cuando el estómago esté libre y se note apetito. Quienes se hallen en favorables condiciones para el caso, harán bien en destinar un aposento especial para la práctica de la Yoga Raja, el que no ha de servir de dormitorio, sino respetarlo como lugar sagrado, embellecido con flores, y no entrar allí sin estar del todo limpios de cuerpo y mente. También se puede adornar este aposento con hermosos cuadros de asunto enaltecedor y quemar incienso antes del ejercicio. Sólo se ha de permitir la entrada a quienes estén mentalmente armonizados con el ejercitante. De esta suerte se irá formando en el aposento una atmósfera de santidad que calmará las agitaciones siniestras del ánimo. 

Tal fue el origen de los templos, iglesias, mezquitas, pagodas, sinagogas y demás lugares de oración, cuyas paredes están impregnadas de los devotos efluvios de los fieles, aunque hoy día está profanada la santidad de estos lugares. Quienes no dispongan de un aposento a propósito en su casa, practicarán el ejercicio en un paraje incontaminado, lejos del bullicio de las gentes, donde no haya animales salvajes ni nada que amenace perturbar al ejercitante. 

Sentado en cómoda postura, con el pecho, cuello y cabeza erguidos, se empezará el ejercicio con un saludo de paz y amor enviado en corriente mental a todos los seres de la creación, diciendo para sí : “Felicidad deseo a todos los seres. Paz a todos los seres. Bienaventuranza a todos los seres”. 

Se ha de dirigir sucesivamente el pensamiento a los cuatro puntos cardinales, y con cuanta mayor unción se envíen estos armónicos pensamientos en mejor actitud se colocará el ejercitante, y advertirá que el más expedito modo de lograr la salud y la dicha es el de procurárselas a los demás porque todos los seres del universo constituyen una sola unidad. 

Quienes crean en Dios deben después de levantar su corazón a Él, pero no para pedirle riqueza ni salud ni la gloria eterna, sino tan sólo conocimiento e iluminación, pues todas las demás peticiones son egoístas. 

Enseguida ha de convertir el ejercitante la mente hacia su cuerpo, considerándolo sano y robusto, y que es el mejor instrumento de que dispone para cruzar el mar de la vida. Los débiles no alcanzan la liberación. Así es necesario desechar todo pensamiento de flaqueza, y tener confianza propia, con la absoluta seguridad del feliz resultado del ejercicio. 

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